Llegué a
Ensenada en febrero del 2011. Reinicié una nueva vida al lado de Carmen y además
a las cuatro semanas exactas encontré trabajo de editor en una universidad
privada.
Mis dos
hijos llegaron poco después y al parecer la ciudad no les cayó mal. Me perdí en
Ensenada y no he querido salir de este sitio donde el dinero tiene un valor muy
distinto, el trabajo corre a otra velocidad incluso la vida es más lenta.
Hace tiempo
renuncié a intentar convencer a mis antiguos compañeros de trabajo que 26
grados centígrados realmente no es un calor para quejarse y que, en todo caso,
a unas cuantas cuadras de distancia hay una playa que recibe al Pacífico con
todo su frescor.
Este puerto
a 110 kilómetros de la frontera con San Diego a veces lo veo como el patio
trasero de un almacén de marca. Hay un mercado de segunda mano tanto de
vehículos como de electrodomésticos y ropa que cubre una parte de la demanda de
la ciudad. No es raro encontrar algún mueble de gran valor, desechado por los
consumistas norteamericanos.
Aunque el
embargo atunero desinfló la economía a principios de los 90, la ciudad le
apuesta al turismo y en general al sector de servicios. Me gusta caminar por la
calle Primera, llena de cafés, restaurantes y bares, disfrutando de un clima la
mayor parte del tiempo entre los 14 y 22 grados centígrados.
Esta
tranquila ciudad recibe cruceros que atracan de paso en su camino hacia
California o hacia el Caribe. En teoría, estas visitas aportarían ingresos
importantes a la ciudad. Durante julio del 2017 están programados 147 arribos
de crucero, cada embarcación con una capacidad promedio de 2 mil 411 pasajeros.
Hablamos de 350 mil visitantes al año cargados de billetes verdes. La realidad
es que más de la mitad no descienden del barco y de los que bajan a pasear
apenas se gastan unos 60 dólares. Muy pobre la apuesta o ineficaz la
estrategia.
En dónde está el glamour
El glamour
que yo conocía del Reyno aquí no representa ningún brillo. A Monterrey le gusta
exigir, le gusta no sólo tener, sino aparentar: marcar la distancia social. Un
capitán de empresa, un directivo, difícilmente se encontraría en las mismas
reuniones que los empleados. En Ensenada esa distancia es mucho menor. En este
puerto es posible que el dueño de una empresa con una nómina de más de 20
millones mensuales, conviva con el empleado más modesto durante alguna reunión
de fin de año. En dónde quedó el glamour. No me podré quejar en este caso de la
sencillez del ensenadense.
La
aristocracia de la Cenicienta del Pacífico es reducida. Tres o cuatro familias
son las grandes dueñas, pero lo suyo no es la ostenación. La diferencia con
Monterrey es que más de la mitad de los 520 mil habitantes son ensenadenses
“nuevos”: es un municipio —el más grande del país— con amplia población
migrante.
En su
extensión, que representa el 80 por ciento del territorio del estado de Nuevo
León, confluyen no sólo sangre japonesa, irlandesa y rusa, sino con un buen
número de migrantes originarios de Mexicali, y de los estados de Sinaloa,
Oaxaca, Guerrero. No falta tampoco algún prominente empresario de origen
regiomontano —¡faltaba más!—, por todo esto no es común encontrar muchos
ensenadenses con abuelos nacidos en este mismo puerto.
Destino turístico
Desde hace
años he pensado que, simbólicamente Monterrey es la ciudad estadounidense más
meridional. Nuestro modelo de crecimiento es más parecido a San Antonio, Texas,
que a cualquier otra ciudad mexicana. Hay razón en ello. Desde los tiempos de
don Bernardo Reyes se fortaleció la visión del noreste de México y el sur de
Texas como una misma unidad económica. La industria fría se multiplicó setenta
veces siete y nos dio ese orgullo de ser del norte.
Pude notar
esta noción de progreso cuando en una de mis visitas a Monterrey descubrí que
donde hasta hacía poco tiempo estuvo el Mercado Colón, se alzaba un moderno
edificio de 48 pisos y 200 metros de altura. Su construcción me pareció muy
veloz.
Ensenada en
cambio permanece casi intacta en los últimos seis años. Aún no entiendo por qué
no se ha “vendido” como el destino turístico internacional que debería ser. Sí,
es cierto, tiene la Baja 1000 y la Baja 500, el Valle de Guadalupe reserva el
mejor recorrido vinícola del país y su clima es uno de los más estables y
agradables del país, sin embargo sigo con la idea de que este rincón se conoce
poco.
Quiero
mucho a Ensenadita. Un día quizá regrese. Aún no me animo. Se come bien aquí.
Hace tiempo se me perdió la cadenita, pero este cabrito que anda zonceando en
el malecón aún no se quiere regresar.
(Julio de 2017).
Ps. Este cabrito ya no anda zonceando en el malecón.