lunes, 13 de agosto de 2018

Carta de apostasía

Era el año 2011 y estaba decidido a dejarme de mamadas y presentar mi carta de apostasía. Fue el año que conocí a mi amigo Roberto Arizmendi, quien además es poeta. Fue él quien un día me invitó con su hermano Héctor. Su casa es de tres niveles en San Marino frente a una postal insólita que es el mar de Ensenada. Una o dos veces al año estábamos ahí, charlando y conviviendo con otros invitados. Un día a la hora de la comida me tocó sentarme a un lado de un hombre de unos cincuentaipocos años. No recuerdo la charla pero sí que era un tipazo super afable, con la sonrisa a flor de labio del que estaba seguro, de volvérmelo a encontrar, nos quedaríamos platicando otro buen rato. Era, como decimos en mi rancho, un peladazo a toda madre. Él tomaba vino, yo cerveza y el tiempo pasaba como el buque que veía de reojo en el horizonte. 
Días después, cuando estaba leyendo lo de la mentada carta de apostasía, supe que había que entregarla al obispo de la diócesis.
El hombre con el que estuve charlando era el padre Sigifredo Noriega Barceló, en ese entonces obispo de Ensenada y no tuve estómago ni tanates para ir a tocarle la puerta para un asunto más digno de un meme que de un trámite jurídico. Mi carta sigue guardada.



2 comentarios:

  1. Menos mal que no la entregó por aquello de que ahora lo llevan a misa. Como se vería.

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    1. Di la hubiera entregado, de todos modos iría a misa si es que soy invitado. Uno ya tiene edad de cumplir con compromisos como adulto. Si la persona que me invita me importa, pues eso pesa más.

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