Nos conocimos hará unos dos años, en donde se conocen quienes andan en esto de las letras: en una presentación de libro. Si ahora la recuerdo es porque nuestra relación nunca ha sido tal y quizá también porque hace un rato volvimos a tener otro encuentro.
Queta viene seguido aquí a la Gandhi. No. Eso no es exacto: Queta viene todos los días a la Gandhi. Hoy, en la planta baja, nos encontramos de frente. Le sonreí. Me sonrió. Luego le recordé que ya nos habíamos conocido. Dos años atrás. En una presentación del libro. El mío.
"Claro que me acuerdo", me contesta. Los ojos verdes se le iluminaron. "Precisamente ayer te estaba leyendo de nuevo; tienes un cuento que me gustó mucho, uno que dice 'es que Juan es mi novio, y luego dice que Juan es muy obvio'", se sonríe, yo no puedo creer esa memoria. "Escribes bien", me dijo, como concluyendo. Estuve a punto de besarla.
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Queta tiene por costumbre pasar la mayor parte del día en la cafetería, leyendo, y como vive enseguida pues no le cuesta mucho, ah, excepto porque a sus 84 años debe usar el elevador. Según entiendo lo suyo es la filosofía. Toma un libro, lo lee con un cafecito y así se la pasa. Seguido compra bolsas de libros, y los devora como si fueran pasteles.
Dicen que las cosas se toman de quien vienen, y hoy me agradó, me hizo el día el comentario de Queta, una señora que seguramente ha tenido un serio amor por la lectura durante al menos los últimos 65 años de su vida. Le regalé el Urbanario de febrero, junto al de enero y el de diciembre con la seguridad de que lo leerá de cabo a rabo. "Hasta luego, Gerardo", se despidió con su paso cansino.
Estuve a punto de besarla.
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