lunes, 3 de octubre de 2011

La culpa fue de José Agustín

Pues si quieres me alcanzas y nos vemos allá, me dijo Javier Narváez al teléfono. Estábamos a punto de colgar, pero su propuesta de último momento me hizo pensar.
Era agosto del 95. Estaba en el DF en casa de mi amigo El Chore, a quien ya no le llamamos así porque ya todos somos hombres de familia en donde no caben los apodos que insinúen una falta de tacto. Estaba con El Chore y su familia, como lo hicimos con frecuencia en esa época bohemia, de veladas, lecturas en vivo ante un pequeño pero entusiasta público.
Había publicado un mes antes un cuaderno con mis poemas, mi primera publicación individual. Tuve una presentación en Monterrey y otra en el DF, en la Casa del Poeta, y esa tarde hablaba con Javier Narváez, quien tenía un programa en Radio UNAM, buscando yo una entrevista.
No puedo, pero regreso el lunes, me dijo por teléfono. Estaba por salir de la ciudad a un homenaje a José Agustín en la ciudad de Cuautla. En mi vida había escuchado la ciudad, y mucho menos sabía cómo llegar. El sur de la Ciudad de México era lo más al sur que había estado de todo el país y ahora Javier me sugería que lo alcanzara por allá.
Está bien, nos vemos allá, allá nos vemos. Y salí, siguiendo las indicaciones de Narváez, primero a la línea azul del Metro, llegué a Taxqueña, tomé un autobús con rumbo a Cuautla, a donde llegué después de casi dos horas de camino.
Homenaje de los jóvenes escritores a José Agustín, se llamaba el evento de dos días, el cual me perdí casi todo. El acapulqueño cumplía 51 años y en el homenaje había dos o tres caras conocidas, que luego no me interesaron porque en aquel viaje conocí a Lulú.
La ciudad y especialmente ella me habrían sido absolutamente olvidables de no ser porque un año después me casé con Lulú, tuvimos dos hijos y algunas otras cosas buenas antes de fumar un acta 10 años después de aquel agosto lejano.
¿Cómo llegué a ir a aquel homenaje? ¿Cómo conocí a Lulú? ¿cómo fue que me casé así nomás? No lo sé. Azares del destino quizá, con el tiempo me gusta pensar que la culpa fue de José Agustín.

(Como Lulú era amiga de uno de los tres hijos del acapulqueño, llegué a su casa un día, pero esa es otra historia)

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