Quizá fuiste el país natural o sueño de lo que empezaba a ser, no como esta historia que se llora absurdamente en la ventana, ni como la otra, la que garabateaba en una libretita entre un trayecto y otro, mirándome los pies y pensando.
Porque uno puede creer en la lluvia o en la playa, porque los pies la saludan y nos hace sonreír, pero no se puede creer en lo que no es cierto, o en aquello que es un error de algún Dios oculto y mentiroso.
Estoy ahora en el Golfo y miro la playa del Pacífico, como si mirara mi mano izquierda, desde la derecha que está escondida en la distancia. El sol ya duerme bajo la tierra, y el aire, que había bajado la cara humillado, ahora respira. Del mismo modo ahora respiro e intento juntar mis manos, no para orar, sino para volver en paz a mí mismo en donde me recojo en dos a la mitad de mi vida.
Tal vez vivir y amar sea una contradicción, pero no lo es juntar estas manos que alguna vez te acariciaron, y esperar a que pase este verano para que llegue otro más grande y más lejano.
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