La primera vez que la traté de cerca
fue cuando acudí de oyente al taller literario que ella coordinaba en la
Casa de la Cultura, quizá alrededor del año 2003. Encontré un ambiente al mismo tiempo amistoso, de camaradería y con mucho
compromiso con la crítica que se realizaba. No pude asistir más que
a unas dos sesiones o tres.
La siguiente vez que coincidimos fue en
febrero del 2009, en la presentación de un libro mío.
Si bien recuerdo, Oscar Efraín Herrera
la invitó a ese evento en el que se presentaban dos títulos
coeditados por su sello Diáfora, con la UANL; el otro presentador
sería el maestro Giampiero Bucci para el libro de Renato Tinajero titulado Yorick.
Desgraciadamente no tengo gran registro
de esa presentación, salvo algunas fotos. Y es que Dulce hizo una
exposición oral, no leyó ningún texto. Entre la emoción, el gusto
por mis invitados, los nervios, no recuerdo mucho más el comentario
que unos amigos, completamente ajenos al ambiente literario, me
hicieron: me dijeron la exposición de Dulce había sido tan clara y
tan didáctica, que habían comprendido claramente de qué iba este
asunto de la poesía y especialmente el sentido de mi librito. Eso me
agradó, pues me di cuenta que Dulce, como buena maestra, tenía la
habilidad de llevar de la mano por aspectos que para muchos pueden
parecer muy abstractos.
Recientemente me encontré con un texto
de la escritora Lorena Sanmillán que estuvo presente aquel en
febrero del 2009 aquella en la Casa de la Cultura de Nuevo León:
“Ayer coincidí con Dulce María González en la presentación de los libros De Lunes a Diciembre, de Gerardo Ortega, y Yorick de Renato Tinajero.
Giampero Bucci pronunció un discurso de presentación conciso e íntimo. Maestro de Renato en la Facultad de Filosofía y Letras alabó el hacer de su alumno y manifestó lo grato que fue sorprenderse por el talento del poeta.
Cuando Dulce estuvo al micrófono reivindicó la escritura en los blogs. Habló del yo narrativo, el yo poético, el yo literario y el yo blogguer lo cual me pareció muy interesante. Esto lo enunció dentro de un marco de referencia clara a conocer el contenido del libro de Gerardo.
Ortega, en agradecimiento por el discurso de la escritora dijo que sobre todo le agradecía haber presentado el libro sin conocerlo. Los presentes que habíamos puesto atención a todo no pudimos más que desconcertarnos. Cuando comentamos el asunto, entre copas de vino y canapés, nació de mi garganta la frase que da origen a este post: Pero hay un blog, que todo lo ve.
Tiene razón Dulce, en lo cotidiano hay muchas cosas sorprendentes y de eso se nutren los blogs. Los blogs que todo lo ven y todo lo cuentan. En medio de los blogs que trascienden lo íntimo rozando la frontera de lo público hay que aprender a conservar la esencia en un extremo místico, pues antes había un Dios que todo lo veía. Ahora hay un blog que todo lo ve.
Luego de aquella presentación, Dulce y
yo nos reunimos varias veces en el café. Su sencillez y cierta
dulzura –acorde con su nombre– hacían más amenas las charlas.
Ella me aconsejó en alguna ocasión sobre un proyecto editorial. En
esas pláticas me sorprendió gratamente saberla lectora de
filosofía. Saberla buena lectora, punto. No podía ser de otra
manera, pero en ella se daba además el gusto por la plática sabrosa.
En los últimos días del 2013 le mandé
un correo. Tenía días que no dejaba de pensar en ella. La saludé, me
contestó amable y breve. Me deseó mucha vida en este año que
comienza. Me deseo mucha vida pero ella la perdería meses después.
Ahora que lo pienso, la traté muy
poco; pero me quedan sus algunas novelas, sus libros.
Adiós Dulce, gracias por todo.
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