Presentación
de la antología Poesía de América Latina para el mundo, compilada por
Roberto Arizmendi
Es
sabido que más allá de la vida material, los humanos tenemos una
vida simbólica muy compleja en la que ponemos sentido. Y esta
necesidad de sentido es algo necesario para la sobrevivencia, como
bien concluyó Víctor Frankl.
De
tal modo que los humanos elaboramos una intrincada red de
significados, símbolos y valoraciones que nos salvan del caos, nos
prometen una convivencia más civil y nos otorgan ciertos
satisfactores que hacen de nuestra existencia algo que mira hacia lo
que se conoce como plenitud, aunque bien sabemos que se aleja varios
pasos de nosotros en la medida que avanzamos, como lo expresó
Benedetti en uno de sus poemas.
Y
en este caminar la vida se compone de experiencias, y como son tantas
—decenas de estímulos al día— solamente las que nos son
significativas tienen cabida en la bitácora de nuestra vida, y acaso
algunas moldeen, nos enriquezcan y nos marquen.
Salvadas
nuestras necesidades básicas, nos damos a la tarea de hablar del
entorno, de recrear nuestras vivencias, de expresar nuestros anhelos
y reinventar el mundo, lo cual nos da la posibilidad de remover el
entendimiento y proponer constantemente lo que entendemos por bondad,
verdad o belleza, conceptos supremos pero siempre tamizados por el
aire de la cultura que respiramos.
Entre
las actividades más altamente simbólicas para la vida en sociedad,
como lo han dicho algunos pensadores, están la ciencia, la religión,
la filosofía y el arte, que además de condicionar la forma de
entender nuestros conceptos de verdad, bondad y belleza, determinan
el resto de los valores con los que palpita una sociedad. A la
economía, eje de primera importancia en el mundo occidental, la
incluyo dentro del campo de la filosofía porque implica ya un forma
de entender al ser humano.
La
ciencia nos ofrece explicaciones, la religión también, aunque por
otros medios. La filosofía nos pone enfrente preguntas, problemas y
se solaza en esa exploración.
El
arte, en cambio, toma prestados algunos tornillos de estos tres
campos, pero celoso de su independencia trata de situarse en un sitio
bastante aparte. El arte explora métodos de conocimiento y no es
rígido como la ciencia. Hace preguntas como la filosofía, pero le
preocupa mucho las formas, los vehículos, que también son parte de
su naturaleza.
El
arte también suele creer que hay un más allá inasible, algo más
profundo que se puede, y yo agregaría, que se necesita desentrañar
o al tratar de nombrar. El arte suele referirse a asuntos como si de
temas sagrados se tratara, aunque rara vez lo son.
En
términos generales, el arte nos permite apreciar una experiencia
significativa, que puede ser un cuestionamiento, una idea, una
perspectiva, nos permite acercarnos y presenciar tratando de
involucrarnos, y al mismo tiempo dejándonos a salvo para seguir con
nuestra vida cotidiana.
Aquí
voy a dar un brinco y espero no cometer eso que llaman petición de
principio con mi aseveración. Considero que en el ámbito del arte,
la poesía es aquella que, tomando algunos manteles los salones de la
filosofía, la ciencia y la religión, trata encapsular experiencias
significativas para hacerlas revivir a través del entendimiento, el
goce, los sentidos.
En
esto toma lo que necesita de otras artes, que alguna vez la cargaron
de chiquita, como su tía la música, su madrina la arquitectura, su
bisabuela la retórica o su prima la pintura.
II
La
antología que el día de hoy nos reúne es una recopilación de
obras artísticas. Esta reunión de 49 voces forma a su vez otra obra
no pensada así originalmente, sino planeada por su compilador
Roberto Arizmendi.
En
ella hay poemas de autores de 19 países de América Latina, entre
los que abundan hay nueve mexicanos y siete argentinos.
Una
experiencia significativa es por ejemplo que en la vida hayamos visto
y tratando en persona con unas 8 mil, o 30 mil o 80 mil personas,
pero sólo un puñado pequeño, uno realmente muy pequeño están en
nuestro catálogo (excepto Roberto Arizmendi, que como él tiene
muchos y muy buenos amigos, pues evidentemente su catálogo de
personas significativas es considerablemente más amplio).
Decía
que de las muchas personas que hemos conocido, sólo algunas se
quedan permanentemente o por largos periodos.
El
argentino Horacio Salas nos habla, sin mencionarlo por su nombre, de
la herencia de un padre físicamente ausente, pero visitante
ocasional del yo lírico quien en él poema “Génetica”
desentraña un poco ese vínculo.
Otra
experiencia es el tierno amor que Gloria Gabuardi siente por su
patria, Nicaragua, en su poema “Confesión de amor”.
En
poesía, es común que no sea preponderante el objeto del que se
habla, sino el significado que hay detrás, el sentido y lo que es
capaz de contagiar en esa atmósfera que se crea. En el poema “El
árbol” el boliviano Eduardo Mitre comienza:
Hoy
derribaron el árbol
que
nos acompañó tantos años
Sin
más venda que una nube
La
herida azul del espacio
Palabra
a palabra
hoja
por hoja
vuelvo
a plantarlo en el huerto de la memoria (…)
En
otro tipo de experiencia, en uno de los poemas más limpios, certeros
y profundos de este volumen, el mexicano Eduardo Langange menciona
refiere el límite y alcance que suele tener la poesía. Su poema “El
Oficio”, como al pan, pan, y al vino, vino, habla de ese pozo
oscuro que es la carencia del ser humano, o si e quiere ver así la
permanente construcción. (ver como administra su material)
Tengo
una mesa.
Puedo
escribir tengo una mesa
Tengo
una silla.
Puedo
escribir tengo una silla.
Aún
más:
Tengo
papel y tinta.
Puedo
escribir sobre el papel y con la tinta.
Pero
la poesía me dice
que
ella no está en lo que ya tengo.
La
poesía me dice
que
está en lo que me falta
Experiencia
significativa es también lo que comparte Roberto Arizmendi en los
poemas que se incluyen en este volumen. En sus textos, sobre la
apariencia de la vida cotidiana, el acto de compartir aparece como el
mantel sobre el que se pone la alegría, la música, la amistad, el
amor y a veces también el dolor.
Es un poeta del detalle y de la ternura, también sus poemas reflejan
que la vida es fluida, diáfana, no se detiene, y que nosotros la
bailamos al son que nos toque, pero siempre asumida de la mejor
manera posible.
Todo
esto se puede ver desde sus poemas “Cotidianidades” y en “No me
quites mi tristeza”.
Dejé
al último deliberadamente a Waldo Leyva, para decir que la
sensualidad de sus poemas viene no de la superficie, sino del fondo
de la respiración. Este elemento y el tema del tiempo son elementos
desde donde construye, definitivamente el tiempo.
Me
da mucho gusto compartir la palabra con ustedes, con Roberto y con
Waldo, e invitarlos que conozcan estas experiencias significativas
que se componen a través del arte de la palabra y que están
dirigidas a decirle al mundo lo que los poetas de nuestra
Latinoamérica les preocupa o los anima.
Gracias
a que es una edición bilingüe, este libro tendrá unas fronteras
más pequeñas, aunque de todos modos, por el sólo hecho de tratarse
de poesía, este libro está destinado a instalarse sin fronteras muy
cerca de otra experiencia significativa. Muchas gracias.
Poesía de América Latina para el mundo.
Roberto Arizmendi, (Compilador). Poesía.
Ed. Universidad Juárez Autónoma de Tabasco / Ediciones Fósforo.
México, 2013, 300 pp,
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