Los
Servicios de Inteligencia de Herodes no hicieron bien su trabajo y
fueron incapaces de seguir a los Reyes Magos en su camino a Belén a
buscar al Niño Jesús. El regente de Judea, ambicioso pero no lo
suficientemente astuto, nombró de facto a los Magos de Oriente como
sus informantes.
Herodes,
creyente en la profecía de que nacería el Mesías, temió que su
puesto estuviera en peligro y los judíos hicieran organizaran un
religioso golpe de Estado y reconocieran a un anunciado nuevo rey.
Los informantes no volvieron, algo salió mal, los peregrinos no
regresaron ni por el cambio.
Resulta
que un ángel de Dios, más eficaz con el manejo de la información,
alertó a José en un sueño para no tomar ninguna carretera de cuota
y escapar por un camino vecinal. Entonces a Herodes se le alborotó
la bilis y ordenó la matanza. Hasta aquí esas son la noticias que
nos llegan de acuerdo a las Escrituras.
Entre
las filas del Cristianismo, los Reyes Magos seguramente tienen las
membresías uno, dos y tres, pues fueron los primeros en reconocer al
Jesús niño como rey, hijo de Dios y Salvador.
Pero
detengámonos un momento. En la Biblia, Mateo menciona a unos magos,
pero no menciona ni su número, ni su aspecto, ni su origen exacto.
Aunque
eso de magos tampoco es un nombre muy preciso, recuérdese que en
muchos pasajes de la Biblia se condenan la magia y la hechicería. Si
bien en ese tiempo el Instituto de Astronomía era todavía un
proyecto a largo plazo, Mateo deja entrever que los peregrinos de
Oriente conocían el movimiento de las estrellas y siguiendo el
lucero de Belén fueron a dar con el Niño.
Quizá
obedeciendo al principio triádico reflejado por la teogonía
cristiana, la tradición pulió el relato y basándose en los dones
regalados concluyó que los adoradores fueron tres.
Tal
parece que la primera representación de los magos muy cercanos a
como ahora los conocemos haya aparecido en el siglo VI, en unas
pinturas de la iglesia italiana dedicada a San Apolinar. En una de
las imágenes que representa la procesión de las vírgenes, tres
personajes con vestimenta estilo persa y gorros frigios, están en
actitud de ofrecer presentes a la Virgen, quien tiene sentado al
Niño. Encima de las figuras aparecen tres nombres: Melchor, Gaspar y
Baltazar.
Bueno,
acordemos que los peregrinos de Belén no eran magos de los que
desaparecen caballos, ni tampoco convertían el agua en vino ni
multiplicaban peces. Si se atiende al contexto de la época, los
adoradores del Niño probablemente pertenecían a una casta de sabios
originarios de Persia y la antigua Babilonia y representan el
conocimiento humano.
De
ahí en adelante la historia tomó más forma. Y siguiendo con
trilogías, los regalos de los Reyes Magos encierran su propio
simbolismo. El oro está asociado al homenaje que se le hace a un
rey, en este caso al rey de los judíos. Es símbolo de pureza.
El
incienso, esa sustancia aromática usada en los templos, está
asociada a la adoración y a la alabanza. De acuerdo con la tradición
es el reconocimiento de Jesús niño como Hijo de Dios, como Dios
hecho hombre.
La
mirra es el elemento más profético, ese compuesto de resina, goma y
aceites de olor intenso usado en perfumería, ha tenido uso medicinal
y antiguamente se utilizaba como bálsamo y en este contexto
representa la sangre y dolor del hombre. Como también se usó para
embalsamar cadáveres, se puede asociar a la muerte que estaba por
venir, el sacrificio que habría de hacer el Hijo para la salvación
de los hombres.
Más
allá de los simbolismos, la tradición de los Reyes Magos ha tenido
fuerte presencia en nuestra sociedad, principalmente en el centro de
México más que en el norte, pero siempre una vertiente en la
religiosidad y con otra dentro de la cultura popular.
“Nacido Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes, unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén preguntando: – ¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle. En Belén de Judá, le dijeron, pues así está escrito por medio del Profeta. Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.”(Evangelio de San Mateo, 2:1–12)
Uno de los más conocidos “biógrafos” de los
Reyes Magos fue Juan de Hildesheim, que en opinión de Umberto Eco
“estableció como origen de su viaje [el de los Magos de Oriente]
las investigaciones astronómicas hechas en el monte Vaus, llamado
también monte de la Victoria, que se puede identificar con el
Sabalán, la cima más alta de Azerbaiyán, en el antiguo Imperio
armenio”.
Hildesheim,
monje carmelita, vivió en el siglo XIV y recopiló las historias y
documentos que circulaban hasta ese momento acerca de los Reyes
Magos. Se considera uno de los libros más completos sobre el tema,
ya que cerca de un siglo antes, las presuntas reliquias de los Magos
de Oriente habían llegado a la catedral de Colonia despertando una
sede de peregrinaje.
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