Desde mucho
antes de que el boleto para una tocada con Celso Piña costara mil pesos, la
música vallenata ha sido un ritmo asociado a la marginación de los barrios más
pobres en su ciudad natal, Monterrey.
Desde los
años 50, este ritmo llegó de Colombia a través de discos de acetato vía Miami,
Houston y el DF a las manos de quienes los reproducían públicamente en
tornamesas en las calles de la colonia Independencia y su zona aledaña, el
Cerro de la Campana, un sector de migrantes, la mayoría de ellos originarios de
San Luis Potosí y asentados en las primeras décadas del siglo 20.
Así se
conoció en La Campana la música de los colombianos Aníbal Velásquez, Alfredo
Gutiérrez, Lizandro Meza y de Los corraleros del Majagual, cuyos discos se oían
a todo volumen los fines de semana en las calles. En una colonia contigua a la
Independencia, en la Nuevo Repueblo, nació Celso Piña Arvizu el 6 de abril de
1953, primógenito de nueve hijos.
II
Desde la
primera canción que interpretó, Macondo, la mayoría de los aproximadamente 300
asistentes comenzaron a bailar, y no se sentaron en todo el concierto. Muchos
vestidos con ropa clara, algunos con sombrero. Estamos en Barón Balché, un
viñedo al fondo del poblado El Porvenir, en el Valle de Guadalupe y el reloj
marca las 9:41 de la noche de este sábado 2 de agosto. Celso saluda: “Muchas
gracias por haber venido, me da mucho gusto estar esta noche con ustedes”.
El público
lo ovaciona, disfruta del vino y de una noche tibia que por momentos amenazó
con lluvia. El inicio del concierto estaba anunciado para las 8:00 de la noche,
pero bastó que el músico regiomontano y su grupo, la Ronda Bogotá, subieran al
escenario para que todo mundo le festejara, le aplaudiera.
Natural,
sencillo y directo, casi siempre bromista, atendió a los medios de comunicación
previo al concierto. ¿Vino o cerveza? Se
le pregunta. Tequila, contesta a botepronto y sonríe. Sus respuestas suenan
inocentes. En la charla recuerda su amistad con el desaparecido Gabriel García
Márquez. “Muchos escritores me han ofrecido comprarme el libro que mi amigo el Gabo me dedicó, pero no lo pienso
vender nunca, así me esté muriendo de hambre, ese libro es invaluable”. Y no es
para menos; de su puño y letra, el nobel colombiano se declara hincha –fan– de Celso.
III
García
Márquez dijo una vez de su obra Cien años
de soledad que se trataba “de un vallenato de 350 páginas”. La novela sirvió de inspiración para la
canción Macondo, compuesta por el peruano Daniel Camino Diez y popularizada por
Oscar Chávez. Celso Piña la grabó en 1999 y años después, en el 2004, conoció
en Monterrey al escritor colombiano.
Sobre el
vallenato –contracción de natural de Valledupar— en Monterrey, el sociólogo
José Antonio Olvera Gudiño afirma: “No he visto en otro lugar esa pasión con la
que se defiende el gusto, con la que se vive la música, donde la música juega
un papel muy importante en la configuración de la identidad de la gente”.
“En el caso
del vallenato”, dice, “hay tres instrumentos fundamentales: los instrumentos de raspamiento como la
guacharaca, que tiene influencia indígena; el acordeón, que se identifica como
un instrumento europeo, y la caja, que se le identifica como un instrumento
africano”.
IV
A Celso le
habría gustado estudiar Veterinaria, pero desde muy pequeño se vio obligado a
trabajar. Fue repartidor de una tortillería, tendero, trabajó en un taller de
repujado y con sus tíos dando mantenimiento a casas en colonias acomodadas de
Monterrey
En el
Hospital Infantil, un nosocomio en la misma colonia Independencia, trabajó como
auxiliar de intendencia. En esa época, a mediados de la década de los setenta,
se interesó más por la música y con el apoyo de su padre, don Isaac Piña,
comenzó a aprender de manera autodidacta a tocar el acordeón.
“Música es
música” es uno de sus lemas, y en ese entendido su carrera lo ha llevado a
recorrer Polonia, Dinamarca, España, Alemania y constantemente Estados Unidos y
Sudamérica. Aunque en muchos hay poco o ningún hispanohablante, a él no le
importa. “Porque música es música, compadre”, dice. El sábado en Barón Balché,
dijo: “No importa cómo bailen las cumbias colombianas, mientras las bailen como
las sientan”. Sí, música es música.
En una
entrevista le preguntaron que de qué parte de Colombia era. Él contestó: “Pues
no sé de qué parte de Colombia soy, pero nací en Monterrey”. Paradójicamente,
conoció aquel país sudamericano de manera tardía. Su llegada a Barranquilla, el
27 de enero del 2010 fue tan simbólica para él, que escribió la canción “El
viaje”, publicada en su disco más reciente.
V
Al filo de
las 11:00 de la noche, Celso Piña se despide del escenario. Y como la ovación
del público le pedía la clásica “otra”, regresa. “Con ustedes no me puedo hacer
del rogar”, dice con una sonrisa, toma el acordeón e interpreta Alicia Adorada.
No importa
cuántos países haya visitado, cuántos reconocimientos haya recibido y cuántos
duetos con artistas de renombre haya grabado, Celso Piña sigue siendo el hombre
natural y espontáneo que empezó a tocar de oído y que grabó su primer disco en
1983. No queda duda que Celso vive para la música.
En Barón Balché tocó:
Macondo
Cumbia Sampuesana
Reina de
Cumbias
Aunque no
sea conmigo
Los
Gavilanes
Cumbia
Arenosa
Cumbia
Cienaguera
Cumbia de la
Paz
Alicia
Adorada
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