Dentro
del argot editorial, Negro es la persona que escribe por encargo y
cuyo nombre no aparece en los créditos. Ha sido un oficio muy
antiguo y en décadas recientes se incluye en este “gremio” a
guionistas y “asesores” quienes ponen en papel las palabras que
otro asumirá como propias.
No voy a
justificarme, aunque sé que los que han vivido de escribir para
otros, incluso por breve tiempo, tendrán sus propias razones,
algunas válidas. Tampoco es algo de lo que me sienta especialmente
orgulloso.
Ojalá que
mi testimonio alerte contra el fraude curricular, y prevalezca
siempre la honestidad al realizar cualquier trabajo académico,
aunque como dice Gabriel Zaid,
“Nada garantiza que las precauciones funcionen, porque las credenciales pueden ser falsas. Peor aún: el proceso de avalar acaba distorsionando muchas cosas. La educación debería concentrarse en la educación, pero tiende a volverse un negocio credencialero. Los premios dejan de ser una fiesta que celebra lo mejor para convertirse en capital curricular”
Era
estudiante de séptimo semestre de Letras Españolas, una carrera que
ya no existe. Tenía dos años de casado y un bebé de cuatro meses.
No es justificación, es sólo de contexto.
Buscando
chamba encontré que necesitaban a alguien que supiera de redacción.
Me presenté y firmé un contrato en donde decía que cedía mis
derechos por el trabajo que entregara. El contrato era bastante
específico.
El acuerdo
incluía redactar 40 cuartillas en un turno de ocho horas, a 2.60
pesos por cuartilla, es decir, 104 pesos diarios. En mis condiciones,
ganar 3 mil 120 pesos mensuales era poco, pero hacerlo por escribir
tenía un significado especial –habla el aspirante a escritor–,
y para ser sincero, en parte de ahí comimos los tres por varios
meses.
El pequeño
detalle, y fue algo en lo que pensé durante varios días y noche, era que el
negocio para el que trabajaba se dedicaba a elaborar trabajos
académicos sobre pedido, ensayos, tesis, reportes de lectura,
cualquier tipo de trabajo escrito y para entregar.
Eso me dio
bronca por días, no muchos, mas el hecho de ser apto para un trabajo
así esponjaba mi vanidad. Toda esta idea de vivir de lo que
escribes, etcétera, fue mucho tiempo antes de que un amigo me
compartiera el término “escritores venales”, aquellos a los que
se les paga por escribir. Entiendo que el término no es en mal plan,
pero a mí me sigue sonando a acusación.
El negocio se dedicaba a elaborar trabajos académicos sobre pedido |
Meses más
tarde, cuando el dueño del negocio fue mencionado en un reportaje de
investigación en la televisión local, escuché por primera vez la
expresión “fraude académico”. Pero eso vino después.
El
trabajo
Cuando un
cliente llegaba, se le preguntaba de qué escuela o universidad
venía, qué tipo de trabajo necesitaba y, muy importante, para
cuándo requería el trabajo. Si se trataba de reportes de lectura,
cinco, uno para cada miembro del equipo y todos distintos, y lo
necesitaba para dentro de dos días, entonces se comenzaba a trabajar
de inmediato.
Se llenaba
una forma con datos preestablecidos, nombre, especificaciones, tiempo
de entrega, etcétera. Eso sí, nunca se entregaba el trabajo si no
estaba pagado.
Sé que
era un encargo a veces penoso para quien lo ordenaba, porque
implicaba que no quería o no podía hacerse cargo de la metodología,
de investigar (aún no se usaba el internet, y el correo electrónico
era una curiosidad de algunos cuantos), porque no tenía el tiempo.
Me tocó
ver pasar a alumnos normalistas (muchos de ellos foráneos, con su
mirada en el escalafón magisterial), pero también a estudiantes de
otras licenciaturas, de universidades públicas y privadas,
profesores que estudiaban una maestría los sábados, maestros
universitarios, todos ellos podían pagar.
Como nunca
fui lo que se dice muy veloz con el teclado, me preguntaba cómo
habría de redactar finalmente 40 cuartillas diarias, que eran las
que me pedían. Calculé el tiempo para tomar nota y ya no se diga
leer.
El
misterio me fue revelado: Tendría que leer otros trabajos,
documentos, tesis, libros de pedagogía, etcétera y casi de manera
simultánea, ir grabando en un minigrabadora la redacción lo más
fielmente posible a como se esperaba el trabajo final, incluyendo
cambio de párrafo, notas al pie, nombres de capítulo, todo
expresado con palabras.
Otra
persona, veloz mecanógrafa, redactaría el documento final.
Siendo
sincero, nunca alcancé las 40 cuartillas diarias, y siempre me las
pagaron completas. Y si una vez creí que aquello era dificilísimo
de lograr, me bastaba ver al propietario del negocio, capaz de producir 60 cuartillas
en un turno, nomás deteniéndose para cambiar de minicassette.
Con este
método una tesis de licenciatura podía estar lista en dos días, o
tres días máximo, a un precio aproximado de 7 mil 500 pesos,
dependiendo del cliente y de la escuela. Yo no ganaba eso en dos
meses. Claro, que era muy raro un cliente así, la mayoría de los
tesistas encargaban el trabajo de a un capítulo por mes, o cada tres
semanas, y así como se la iban aprobando y haciéndole correcciones,
así iban pagando. Abonos chiquitos.
Si algo
tenía de sobresaliente el patrón y dueño de la empresa era su
habilidad para negociar y para ganar dinero, y su capacidad para
enfocarse y producir cuartilla tras cuartilla.
En la
oficina había una pieza para una biblioteca con unos dos mil
títulos. Ahí estaban Vigotsky, Piaget, caballos de batalla, también
Freud, enciclopedias, antologías y textos de historia. Educación,
Psicología, Pedagogía, Metodología. El objetivo no era el
conocimiento, sino ser eficientes y productivos.
Cuando un
nuevo trabajo comenzaba había que trazar las medidas de la cancha,
los límites del terreno con capítulos, temas, marco conceptual,
etcétera. Leer a vuelapájaro párrafos, sosteniendo con la otra
mano la grabadora. Los cuatro periodos del desarrollo cognitivo
según Piaget son, dos puntos, sensoriomotor, coma, preoperacional,
coma, operaciones concretas, coma, y operaciones formales, punto y
aparte.
Los
párrafos brotaban en dictado solitario en aquella maquila de
redacción académica. Todo era redacción nueva, no se podría decir
que había plagio.
¿Cómo
que plagio?
El
razonamiento del negocio era sencillo. Cualquiera podría pararse en
una esquina ofreciendo un producto, un libro, un juego de hojas, una
tesis encuadernada, y lo que hiciera cada persona con el objeto
comprado —y ningún objeto de estos aparecía en el Código Penal—
era asunto de cada quien. Así que bajo esta lógica, el fraude
académico lo cometía quien presentaba un trabajo ajeno ante la
escuela, no quien lo elaboraba.
Decía que
fraude académico lo escuché después por televisión.
Ya había
dejado de trabajar en el negocio de las tesis, y ahora era redactor
de noticias en una televisora. Un compañero que hacía reportajes de
investigación encontró un anuncio sobre “asesorías” que le
pareció extraño. Me la mostró. La dirección era la misma en donde
yo había trabajado. “Investiga por tu cuenta si quieres”, le dije. Y claro
que lo hizo. Era demasiado serio y lo suficientemente independiente
como para no hacer un trabajo bien hecho.
Fue y
grabó de manera oculta por medio de una compañera que se hizo pasar
por clienta. Ella hizo todas las preguntas, fingiendo no saber nada,
pero también fingiendo que le urgía que la “asesoraran” para
terminar su tesis. Escuché la grabación en la redacción del
noticiero. Mi compañero periodista había obtenido información,
pruebas. Las preguntas, y sobre todo las respuestas, estaban en la
grabación. Quedó registrado incluso hasta el “pendeja”, que le
dedicó él cuando la “clienta” había cruzado ya la puerta.
El
reportero buscó luego la versión del dueño, quien era el que
atendía. Le pidió su versión diciendo que estaba haciendo un
trabajo en donde se le mencionaba, pero el otro se negó a hablar.
“Hazle como quieras”, le contestó, pero la versión ya la tenía.
Un lunes,
el mejor día para sacar los reportajes fuertes porque se tiene toda
la semana para darle vuelo, se transmitió la investigación. La
noticia cayó tan fuerte que incluso al rector de la universidad se
le pidió su versión y salió a responder, dijo que se investigaría
cualquier fraude académico. La televisora de la competencia también
se subió y buscó a especialistas. Algunos medios estaban
escandalizados.
La nota
entró en un callejón sin salida porque se manejó como plagio, y
nadie estaba plagiando nada. El tema era el fraude, lo cual
difícilmente se podía comprobar.
El dueño
del negocio me dejó un recado en casa de mis padres, en la creencia
fundada de que yo “le había mandado un reportero”. Pero una cosa
era que fuera un explotador y otra que uno lo quisiera perjudicar. Mi
expatrón, quien siempre estaba inscrito y cursando algún curso,
diplomado o maestría, dejó de ir a los lugares en donde tomaba
clases.
Con el
tiempo me quedé en el terreno de la redacción y de los medios
impresos. Él ahora tiene un doctorado, creó una universidad, y
sigue en el negocio de la academia.
*Este
negro fue redactor de noticias y en los últimos 10 años, editor de
publicaciones. Su correo es yadivia@hotmail.com
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