A algunos cuantos
lejanamente sospechamos que hay algo de indebido en calificar a las
mujeres por su aspecto físico, a otros nos sale del alma. Lo que pasa
es que no hemos aprendido a dejar ese aspecto en un segundo plano del
todo, especialmente en una cultura que reafirma la parte visible de
la mujer en función de su aspecto estético, de su juventud. Esto,
en términos muy básicos, corresponde al atavismo de tener acceso a
una mujer joven, sana y muy atractiva con el fin de procrear.
No, no hemos aprendido a ver
del todo esos otros aspectos; especialmente de aquellas mujeres cuya
tarjeta de presentación es un escote pronunciado, sus provocativas
nalgas o su expresión de sensualidad.
Lo sabemos todos: cada mujer
sabe exactamente sabe cuáles son sus puntos fuertes y débiles,
incluso sabe cómo disimular al máximo estos últimos.
He visto cómo, creo que se
trata de otro atavismo, que en cuanto son madres su atención deja de
centrarse en sí y se convierten en la Virgen María dentro de una
pintura del Nacimiento de Jesús. Es decir, en una pieza dentro del
entorno familiar del cual ellas son el elemento nutricio y su proyecto de vida es precisamente esa familia, así sea una familia de dos integrantes. La
sensualidad queda bastante dismunuida, al menos mientras llegan a mitad de la
cuarentena.
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