Aquí, tengo que pensar en otra cosa. Olvidar el Café Rubio y cómo es cruzar Madero por los cuatro costados. Debo olvidar que el reloj antes era una bomba de tiempo y que para llegar a mi destino hacía falta un ritual de horas y resbalones.
Tengo que dejar de pensar en los azotes de la gente que antes veía, y que hacía con un vaso de agua todo menos beberlo. Ahora me importan mucho más, mucha menos gente, pero quienes me importan me duermo con ellos.
He salido de un campo de lujo, pero de un campo de concentración. Ese que tantos y tantos adoran, aún cuando pisen un charco de sangre. Y siguan sonriendo (eso no lo entiendo).
Aquí pienso en otras cosas. Como que anoche granizó y hoy el cielo está limpio. (Antes, la lluvia habría sido de metralleta y el charco mucho más doloroso).
Aquí pienso en mis hijos, que a veces se me atoran en la garganta -uno de cada lado- cuando trato de sonreír.
Aquí pienso en mis padres y hermanas, y en tres amigos que me hacen a veces falta para platicar de nada.
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