I
Cuando un calcetín se
pierde, siempre hará falta.
Cuando un calcetín se
me pierde, su par lo guardo en un bolsa de Soriana y la meto en un
cajón. A veces aparecen, sobre todo cuando no se les busca. Tengo en
esa bolsa más de 15 ó 20 piezas solas de colores y texturas
diversas. Cada uno de ellos me remite a una época o un hecho o una
persona o simplemente la ocasión en que los elegí. Los calcetines
sin par están en el purgatorio: no me resigno a desecharlos, ni
tampoco les doy un lugar que no les corresponde: la asimetría nos
incomodaría a los tres.
El par que conservo
duerme el sueño de los justos; el extraviado, está donde se merece.
II
Termino de lavar y
comienzo a colgar un bote lleno de calcetines. No me gusta colgar
cada par bajo la misma horquilla, así que voy extendiendo cada
calcetín por separado hasta ir formando una larga línea. Al llegar
a un extremo del tendedero se me cae una horquilla de la mano. Al
agacharme a recogerla, mi frente pega cómo un martillo contra la
esquina del lavadero. Y caigo hacia atrás chingadamadre, el cielo da
vueltas y en ese momento los calcetines se agitan y salen volando
libres, hey, esperen.
III
Una recámara. Unas
velas.
Una cena especialmente
preparada por mí.
La nota no es el
alcohol que mi cuerpo no acostumbra,
el vino blanco y muy
dulce, sino que esta es LA noche.
(Ella es como ese vino
blanco que recorre mi cuerpo).
Mi camisa.
su falda
mi pantalón
sus besos
mis zapatos
su lengua.
erizados.
Sus botas lentas:
una,
mucho después,
la otra.
Mi dedo gordo sobresale
de la punta del calcetín.
y todo se derrumba.
Enciendo un cigarro.
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