Algunos cuantos de nosotros
los hombres lejanamente sospechamos que hay algo de indebido en
calificar a las mujeres por su aspecto físico; a otros nos sale del
alma y nada nos detiene. Lo que pasa es que no hemos aprendido a
dejar ese aspecto en un segundo plano del todo, especialmente en una
cultura que reafirma la parte visible de la mujer en función de su
aspecto estético, de su juventud. Esto, en términos muy básicos,
corresponde al atavismo de tener acceso a una mujer joven, sana y muy
atractiva con el fin de procrear.
No, no hemos aprendido a ver
del todo esos otros aspectos; especialmente de aquellas mujeres cuya
tarjeta de presentación es un escote pronunciado, sus provocativas
nalgas o su expresión de sensualidad.
Lo sabemos todos: cada mujer
sabe exactamente sabe cuáles son sus puntos fuertes y débiles,
incluso sabe cómo disimular al máximo estos últimos.
He visto cómo, creo que se
trata de otro atavismo, que en cuanto son madres su atención deja de
centrarse en sí y se convierten en la Virgen María dentro de una
pintura del Nacimiento de Jesús. Es decir, en una pieza dentro del
entorno familiar del cual ellas son el elemento nutricio. La
sensualidad queda de lado, al menos mientras llegan a mitad de la
cuarentena.
El "proyecto familia"
es un circuito integrado incluido en el software cultural femenino,
pero que en las últimas décadas muchos de nosotros los hombres
hemos ido desarrollando, orillados o a regañadientes.
La masculinidad está en
crisis y aún no tenemos repuesta porque nos toca decidir, hacernos
cargo, situación que no viven las personas que ya saben
lo-que-tienen-que-hacer, no porque lo hayan decidido de manera plenamente consiente, sino porque es el rol que se espera de ellas.
El proyecto familia es quizá el más claro. Aún y cuando es sea uno que se deja de lado, pues se está dejando de lado igualmente algo que se tiene claro.
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