domingo, 30 de octubre de 2011

Las cargadoras

Un tema recurrente en las pláticas de Carmen y yo es la forma en que las mujeres buscan, consiguen, se relacionan en pareja.
Ella me ha ayudado a ver que el tema es más profundo de lo que parece, pues esto de conseguir y conservar una pareja estable es un asunto importante para muchas mujeres. Por lo general, casi en todos los casos, llegamos a la conclusión que una mujer con pocas herramientas, inmadura o que le faltó concluir etapas anteriores, se relaciona de una manera poco sana. Lo curioso es que no se da cuenta y se empeña en buscar en donde no hay. O se conforma con lo poquito que recibe.
Es el caso de las mujeres muy jóvenes que se fijan en un tipo inmaduro pero ejercitado en el alarde "masculino", me llama la atención que estas mujeres aguantan ser mal tratadas, y a veces hasta les causa gracia. Parece que les gusta.
En conclusión, tengo para mí dos cosas: una, que es bien común que la chava venga arrastrando una bolsa enorme de basura en la espalda. A qué le llamo bolsa de basura, pues a la carga del ex, a las expectativas de los padres, a la culpa que no las deja y a la presión de ciertas amistades, ah, también al peso de ciertos prejuicios inútiles.
La segunda cosa que tengo clara es que el padecimiento más común en las mujeres con las que he tratado, es su bajísima autoestima como para creer que merecen ser amadas por alguien especial y en exclusiva, por supuesto. Creo que muchísimas lo desean, pero no saben cómo conseguirlo, o bien piensan que eso no se hizo para ellas. Muchas prefieren (dicen que porque así lo decidieron y yo les creo) tener una relación libre (algo que los anglófilos llaman free) en lugar de establecerse con alguien en una relación amorosa estable. Me recuerda a los niños que dicen "que al cabo que ni quería" por no reconocer su incapacidad de obtenerlo.
Aquí entre nos les voy a confesar algo que para mí tiene un atractivo afrodisíaco muy peculiar, es la seguridad y la buena autoestima que se traduce en independencia.

lunes, 3 de octubre de 2011

La culpa fue de José Agustín

Pues si quieres me alcanzas y nos vemos allá, me dijo Javier Narváez al teléfono. Estábamos a punto de colgar, pero su propuesta de último momento me hizo pensar.
Era agosto del 95. Estaba en el DF en casa de mi amigo El Chore, a quien ya no le llamamos así porque ya todos somos hombres de familia en donde no caben los apodos que insinúen una falta de tacto. Estaba con El Chore y su familia, como lo hicimos con frecuencia en esa época bohemia, de veladas, lecturas en vivo ante un pequeño pero entusiasta público.
Había publicado un mes antes un cuaderno con mis poemas, mi primera publicación individual. Tuve una presentación en Monterrey y otra en el DF, en la Casa del Poeta, y esa tarde hablaba con Javier Narváez, quien tenía un programa en Radio UNAM, buscando yo una entrevista.
No puedo, pero regreso el lunes, me dijo por teléfono. Estaba por salir de la ciudad a un homenaje a José Agustín en la ciudad de Cuautla. En mi vida había escuchado la ciudad, y mucho menos sabía cómo llegar. El sur de la Ciudad de México era lo más al sur que había estado de todo el país y ahora Javier me sugería que lo alcanzara por allá.
Está bien, nos vemos allá, allá nos vemos. Y salí, siguiendo las indicaciones de Narváez, primero a la línea azul del Metro, llegué a Taxqueña, tomé un autobús con rumbo a Cuautla, a donde llegué después de casi dos horas de camino.
Homenaje de los jóvenes escritores a José Agustín, se llamaba el evento de dos días, el cual me perdí casi todo. El acapulqueño cumplía 51 años y en el homenaje había dos o tres caras conocidas, que luego no me interesaron porque en aquel viaje conocí a Lulú.
La ciudad y especialmente ella me habrían sido absolutamente olvidables de no ser porque un año después me casé con Lulú, tuvimos dos hijos y algunas otras cosas buenas antes de fumar un acta 10 años después de aquel agosto lejano.
¿Cómo llegué a ir a aquel homenaje? ¿Cómo conocí a Lulú? ¿cómo fue que me casé así nomás? No lo sé. Azares del destino quizá, con el tiempo me gusta pensar que la culpa fue de José Agustín.

(Como Lulú era amiga de uno de los tres hijos del acapulqueño, llegué a su casa un día, pero esa es otra historia)

sábado, 1 de octubre de 2011

El iphone


Mi primer hijo lo perdí a los 18 años, mi mamá me acompañó en el hospital, aquí en la casa, estuvo conmigo en todo. En verdad le agradezco que no me hubiera reprochado nada, ni antes ni después, antes al contrario. Soy yo la que no se ha podido reponer. Lucía, una amiga de mamá quien también perdió un bebé, dice que nunca se repone una, que nomás le queda sobrellevarlo, y que Dios quita, pero que también Dios enseña. “Todavía lloro, y no me gusta, pero a veces siento que no puedo”, le digo. Sé que me entiende, me gusta cómo me mira, cómo me abraza. Me gusta cuando Lucía y yo nos abrazamos.
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Conocí a Roberto hace unos cinco meses al salir del trabajo. Me lo presentó Marta en el café. Marta es una amiga que conocí en donde trabajaba antes. Ahí todos eran muy serios, entraban a las 9 y se iban a las 6. Una vez nos quedamos más tarde y al final me dio aventón a la casa porque ese día tenía el coche en el taller.
Pues Marta y yo nos vemos al menos cada 15 días. Nos ponemos al corriente de nosotras mientras comemos un pastelito. Ese día llegó Roberto. Yo no lo había visto cuando se acercó con ella. Hablaron unos minutos y se despidió de mí con un “mucho gusto”.
A las tres semanas me invitó a tomar un café y desde ahí empezamos a salir. A conocernos, pues. Me contó que había enviudado a los tres años de casado y que desde entonces su vida era puro trabajo. Yo le conté lo de mi bebé y de estos seis años que he sobrevivido sin él.
En agosto en mi cumpleaños me regaló un IPhone. Él pasaba varios días en Mexicali y en ese tiempo yo me movía mucho entre Tijuana y Ensenada. Por las noches me mandaba un mensajito antes de dormir, luego fueron dos… la verdad es que yo también le contestaba.
Nos veíamos poco. Cada 15 días. No sabía si buscaba algo serio o si tenía miedo, o si nomás buscaba tener compañía. Para los hombres eso se les hace fácil, pero yo no quería pasármela probando.
Confieso que cuando no tenía noticias de él me sentía algo incómoda. El Iphone era como una extensión de su mano o de su brazo. Me sentía segura aunque nunca le llamara. `
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Era la primera vez que tenía un teléfono tan motherno. Es un G3 seminuevo que era de Roberto. Él se compró un G4. Veo que tiene muchas funciones. “No son funciones, se llaman aplicaciones, y le puedes poner más”, me explica Marta. “Ash, mientras me sirva para hablar con eso me conformo”.

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Es muy raro, pero ya van tres veces que llaman y preguntan por una tal Michelle, muy raro porque este teléfono hasta donde sé Roberto lo compró nuevo. En una de esas llamadas vi en la pantalla la foto de una tal Denise. Era una foto extraña, tal vez de una fiesta de disfraces o de un carnaval porque era de un hombre vestido de mujer.

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Hace poco descubrí que se podían tomar fotografías y después ponerlas en la computadora. Por varios días estuve tomando fotos: en la playa, en la calle, frente al espejo, con ropa de calle, con un vestido muy bonito que hacía mucho no me ponía, con Marta en el café… El sábado me senté a verlas. Junto a mis fotos aparecían las del hombre del carnaval, la Denise esa, al parecer es un amigo de Roberto, pues sí, salen los dos. No sabía que fueran actores.
Después de que Marta me explicó algunas cosas, apagué el iphone y no he querido saber nada de Roberto. Tal vez lo venda o lo dé por perdido, total, he tenido pérdidas más importantes.