lunes, 16 de abril de 2012

Columnista

Desde hace un par de meses colaboro en un periódico de la localidad, bueno, escribo una columna y la representante ante los medios en donde laboro las envía a uno o a otro de los periódicos que circulan en Ensenada, El Vigía o El Mexicano.

Me permito publicar aquí la columna aparecida el sábado pasado, pues últimamente no escribo mucho acerca de los temas que más me gustan a mí.

El asunto de las redes sociales, sí, me dio tema para pensar, pero no quise meterme en el rollo del impacto de las redes sociales específicamente en las elecciones 2012, que me parece un asunto que tiene muchas diferencias con el proceso de hace seis años.

Pues mejor escribí sobre cómo le pegan las redes a la educación de los chamacos. Copio el texto tal como apareció. Y como lleva membrete, pues lleva anuncio. Ya veremos después.

Columna Xochicalco

Enredados en las redes

Los que no nacimos en la era digital tuvimos que adaptarnos a ella, adaptarnos a un mundo de relaciones en el que una buena parte del intercambio interpersonal, social, incluso institucional, se realiza a través de internet.

Esta revolución que nos ha introducido en la era digital no ha sido, como otras revoluciones, con armas ni caudillos, con ideas y proclamas, sino ha sido silenciosa, vertiginosa y socialmente aceptada.

Todo ha sucedido tan rápido, que no hemos tenido el tiempo de reflexionar lo suficiente en el modo en que hoy vivimos.

Hasta el 2010, según datos de la Asociación Mexicana de Internet (Amipci), existían en México 34.9 internautas, de los cuales 60 por ciento eran menores de 24 años. El estado de Baja California contaba con 1.39 millones de usuarios de internet, de los cuales unos 800 mil son jóvenes menores de 24 años.

Mario es un jovencito de 14 años que desde hace seis meses abrió una cuenta de Facebook en la que cuelga fotos familiares y algunos videos. Eso de por sí es una exposición un tanto riesgosa. Esta red social aumentó en el 2010 la edad mínima de 13 a 14 años para abrir una cuenta, sin embargo es común que los menores mientan respecto de su edad.

Pero lo que pocos saben es que Mario tiene una cuenta alterna de Facebook en la que puede explayarse, hacer comentarios subidos de tono sin que sus papás lo sepan, incluso molestar a otros jóvenes en lo que es conocido como acoso cibernético o ciberacoso.

Internet es una poderosa herramienta pedagógica, de mercadotecnia, de encuentros profesionales y de trabajo. Pero también es un serio peligro si no se vigila adecuadamente.

Corre en nuestra contra el hecho de que, nosotros los mayores, no estamos familiarizados con muchas de estas herramientas y dejamos a los menores solos conectados a una computadora.

Antes jugaban más en las calles, o convivían con el resto de la familia en la sala de la casa. Hoy, con el trajín diario, ambos padres trabajando o uno de los dos ausentes del seno familiar, la computadora es la niñera de la casa.

Todo parece indicar que ya no habrá marcha atrás en esto de las redes ni del uso de Internet, y quien no entre al aro se quedará irremediablemente rezagado.

Instituciones de excelencia como lo es la Universidad Xochicalco, utilizan herramientas pedagógicas en el aula como webquest, definida por su creador Bernie Dodge de la Universidad de San Diego como “una actividad de investigación en la que la información con la que interactúan los alumnos proviene total o parcialmente de recursos de la Internet”.

No queda más que conocer y adaptarnos a las nuevas tecnologías, para que éstas actúen en nuestro favor. Corremos el riesgo de que, como el Frankenstein de Mary Shelley, se levante y nos tome, dañando incluso a nuestros seres más queridos.

Gerardo Ortega

Editor de Publicaciones de la Universidad Xochicalco

gerardoortega@xochicalco.edu.mx

miércoles, 4 de abril de 2012

Las exes

Bien dicen que Dios les da pan a los chimuelos. Y es que desde que empecé mi relación con Carmen, y de esto ya van tres años, han aparecido algunas exes a las que se las había comido la tierra.

Una, bastante emblemática, me cortó un diciembre y al mes siguiente se casó. Terrible caso. (Sí, Martín, es la que estás pensando, en la época de Conarte, la que me mandó una prenda por mensajería después de que la fui a visitar a aquel destino turístico).

La morrita me dejó chiflando en la loma, o más bien, chillando en el Obispado. Pues bueno, pasó. Años después se hace la encontradiza. Ya qué le pela, me dice mi vieja. Pues sí. Como dice el dicho, conmigo lo tenía todo, y ahora qué.

Luego apareció otra morra. Otra que también dolió. Total, que puras rupturas de película, repentinas, de telefonazo, o de que se baja del coche y no verla más. Puras así. Bueno, pues esta otra también se llevó algunos poemas y detalles así.

Luego de esas experiencias, uno se pregunta, pues ¿qué quieren ellas?

Pienso que es uno quien no escoge bien. Creo que debemos elegir despacio y estar seguro de que somos correspondidos delo modo en que creemos.

Por último, no les ha pasado, les pregunto a los compas, que han visto alguna chava, y nomás de verla haber pensado: "Yo con esta sería muy feliz y la haría feliz; una mujer así había estado esperando y me la merezco".

¿Ven a qué me refiero?