jueves, 16 de agosto de 2018

Pausa





Cuando vivía en Ensenada, los miércoles asistía a unas sesiones guiadas de meditación. Aunque me he propuesto seguir con ese hábito, lo cierto es que viviendo en Monterrey no lo hago todos los días. Quizá unas dos o tres veces por semana y no una hora, apenas un lapso o quizá dos de siete u ocho minutos. De todas formas me hace sentir bien. De todas formas siento que agarré la onda de cómo se hacía y eso me gusta.

Sucede que a veces me detengo del ajetreo, tengo un tiempo para mí y tengo varias emociones relacionadas con lo que he vivido en el último año y medio. Ha sido rápido, me he movido, me cambié de ciudad, me alejé emocional o físicamente (o ambas) de algunas personas y me aproximé a otras. Fueron meses que los caminos se me presentaron como cuando las palomitas empiezan a brincar. Y sí, libré todo con cierto optimismo y brincando siempre hacia adelante.

Antes yo creía que la meditación era reflexionar sobre ciertos temas, pero no. El acto de meditar es exactamente lo contrario: no pensar en nada y sumirse en el aquí y el ahora.

El día de hoy la camioneta que conduzco está en el taller. Algo le sonaba muy feo y era mejor pararla. Un poco eso siento yo, como que algo me suena y me tengo que detener. Quizá en este momento no para meditar, pero sí para caminar, salir, salir de un cuadrito emocional en el que me movía y retomar de nuevo el ritmo de la respiración.

En el último año y medio he adquirido algunos hábitos que me dan satisfacción; también he cerrado capítulos que era obligado clausurar. Hoy me tomo unas horas para pensar en esto y en pasar lista, de una forma tranquila y en paz, de las personas que van dentro de mí.

lunes, 13 de agosto de 2018

Carta de apostasía

Era el año 2011 y estaba decidido a dejarme de mamadas y presentar mi carta de apostasía. Fue el año que conocí a mi amigo Roberto Arizmendi, quien además es poeta. Fue él quien un día me invitó con su hermano Héctor. Su casa es de tres niveles en San Marino frente a una postal insólita que es el mar de Ensenada. Una o dos veces al año estábamos ahí, charlando y conviviendo con otros invitados. Un día a la hora de la comida me tocó sentarme a un lado de un hombre de unos cincuentaipocos años. No recuerdo la charla pero sí que era un tipazo super afable, con la sonrisa a flor de labio del que estaba seguro, de volvérmelo a encontrar, nos quedaríamos platicando otro buen rato. Era, como decimos en mi rancho, un peladazo a toda madre. Él tomaba vino, yo cerveza y el tiempo pasaba como el buque que veía de reojo en el horizonte. 
Días después, cuando estaba leyendo lo de la mentada carta de apostasía, supe que había que entregarla al obispo de la diócesis.
El hombre con el que estuve charlando era el padre Sigifredo Noriega Barceló, en ese entonces obispo de Ensenada y no tuve estómago ni tanates para ir a tocarle la puerta para un asunto más digno de un meme que de un trámite jurídico. Mi carta sigue guardada.



sábado, 4 de agosto de 2018

La lengua de tu vecino





Compras un auto de los llamados de alta gama. Tu vecino tiene otro parecido, pero como tiene una empresa con dos plantas en otros estados, decides que su vehículo te debe gustar más que el tuyo, aunque él subestime a la bandita del barrio aledaño, desprecie a tus compas de la Consty y sienta que se le debe la vida porque su empresa le da de comer a 2,500 familias. En tu afán de asimilar su estilo de vida —al fin, si son vecinos, quizá los confundan— compras accesorios de su marca y se los colocas, discretamente, al tuyo. Tu carro se va convirtiendo en un tercer tipo de vehículo. Seguramente funciona bien. Te sientes orgulloso y lo luces por las principales avenidas.

Así es la anglolización del español.