jueves, 17 de septiembre de 2020

La tentación



La tentación es el impulso de satisfacer un deseo muy fuerte a costa de un precio enorme. Es decir, para que la tentación tome su nombre con toda ley, el precio de satisfacerla debe ser desproporcionadamente alto, pero no necesariamente castigable. Para que exista tentación debe haber riesgo de una posible consecuencia indeseable, pero que no está asegurada.

La tentación es un ataque a nuestro deber ser en su parte más vulnerable, en un área que parece tener a sus guardias semidormidos, con dificultad de permanecer en alerta.


viernes, 11 de septiembre de 2020

La sala del abuelo

 




Cuando mi padre murió me dejó tres cosas, su camioneta, a Canek y una sala. Las dos casas y el terreno en Allende se los dejó a mis dos hermanos, o eso me dijeron ellos pero como dice mi esposo, más vale una vida de trabajo que rico envidiado. No me quedé conforme porque yo nomás a lo que es justo, pero ya no quiero hablar de eso. A mi amiga Rita la tuve fastidiada un buen rato pero eso ya pasó.
La camioneta la usa mi esposo y bien que la cuida. La trae al puro tiro. Antes de la pandemia íbamos al Río Ramos y la pasábamos muy bien. Carlitos, Alondra y Miguelito, mi esposo y yo. Los niños se hacen cargo de Canek pero es un decir, porque quien al último limpia siempre soy yo, aunque Alondra es la más consciente y me ayuda en algo.
La sala, o lo que le decimos sala, es un sillón muy antiguo que yo creo que fue rojo. Un día, cuando yo era niña, alguien dijo que mi abuelo Nayo se lo había heredado a mi papá, quien le gustaba sentarse a leer su periódico, pero no nos dejaba que los demás no sentáramos porque decía que nomás nos gustaba brincar y nos lo íbamos a echar de puro pisotearlo.
Fue mi abuela Lupe, esposa de mi Nayo quien un día me contó la historia. Yo tendría 10 años y ella estaba haciendo tortillas de harina y yo nomás al pendiente, dizque escuchándola pero sabía que si me quedaba quietecita y atenta me tocaban las primeras recién salidas, ya no más le ponía frijoles o mantequilla y me podía comer hasta cinco. No he vuelto a probar otras tortillas como las de mi abuelita Lupe.
Bueno, pues ella me contó la historia de esa sala, o de ese sillón pues.
Me contó mi abuela que Lupe que mi abuelo Nayo de muchacho trabajaba haciendo mandados y reparaciones sencillas en una casa del centro, en la residencia de un señor Constantino a quien todos le decían el Ingeniero.
En esa casa que estaba sobre Padre Mier se juntaba mucha gente que supuestamente se dedicaba a cantar. Debió ser una casa muy bonita porque parece que el ingeniero Constantino había estudiado en Estados Unidos y luego puso una estación de radio en su casa.
Un día mi abuelo Nayo salió de trabajar cuando empezaba a llegar gente. Parecía que era una ocasión especial. Contaba que el ingeniero tendría como una reunión importante porque llegaron parejas, señoras y señores de sociedad muy bien vestidos. Mi abuelo Nayo no se detuvo porque quería estar temprano en su casa, pero ya había dejado todo en orden, lo que le tocaba, pues, del día.
Al día siguiente mi abuelo llegó como todos los días a trabajar y notó que había habido una reunión o una fiesta, y que una señora aún no llegaba. El ingeniero estaba desayunando cuando mi abuelo le llevó un arete que había encontrado en el sillón ese rojo. Don Constantino quedó paralizado y tomó el pendiente muy lentamente, como asegurándose de algo, o más bien, como con miedo de confirmarlo. Siguió comiendo pero quedó como ido.
Meses después decidió que iba a cambiar los muebles y compró otros. Pero conservó ese sillón en un cuartito de atrás. Cuando mi abuelo Nayo estaba por casarse con mi abuela, consiguió otro trabajo en la Cervecería y don Constantino le dio algo de dinero. Luego lo llamó aparte y le dijo:

—Hilario, quiero que te lleves este sillón que para mí es muy especial. Lo he conservado como un recuerdo muy hermoso, pero ahora que tengas tu casa seguro que te traerá cosas bonitas, muy bonitas, como a mí me las trajo. Lo que sí te puedo decir es que lo conserves ahora tú con mis mejores deseos en tu matrimonio y que ambos sean muy felices.

Esto fue lo que me dijo mi abuela Lupe. Luego que me contó esto entendí más cosas de mi abuelo y aunque mis hermanos ni nadie más sepa, a mí me da mucho gusto que este sillón se haya quedado en mi casa. Mi esposo me dice que quiere comprar otros muebles y yo le digo que está bien, es más, que él elija el modelo. Pero la sala de mi abuelo no se va. Y es que hay cosas más valiosas que una casa.

Una vida unida a la costura


 

“Se me hace tan bonito lo que veo, que me da gusto ver la sala terminada”, dice María Magdalena Ponce, “Nena”, apasionada de la costura, oficio que ha ejercido por los últimos 40 años.

Dice que para realizar este trabajo es necesario tener paciencia y mucho gusto por la costura. El resultado para ella lo vale: siente una gran satisfacción al ver terminado un modelo nuevo.
“Nena” inició en este trabajo en una fábrica de pantalones y camisas cuando tenía 17 años, después y desde hace 23 se dedica a la costura de telas para muebles, especialmente salas.
Aunque tiene mucha experiencia —sabe distinguir en dos segundos los hilos más resistentes— reconoce que hay piezas que presentan un nivel de dificultad mayor.
Paciencia y gusto

Como por ejemplo la base Nápoles, que demanda costuras por dentro y por fuera además de un orden determinado en los distintos fragmentos de tela que van unidos. Un modelo exigente, señala.
Después del corte de tela, la costura es el segundo paso en la cadena de producción de una sala. Si el corte es el que rige los demás procesos, el corte le da forma al mueble creando una “funda” que cubrirá la estructura, incluida la espuma y los resortes.
“Me gusta mucho aprender”, menciona “Nena” sentada tras su máquina de coser en la fábrica de muebles en donde se ha desempeñado por 12 años. Señala que en este oficio se requiere tener paciencia y claro, gusto.
“Me da mucha satisfacción ver terminado un modelo nuevo”, menciona, “se me hace tan bonito lo que veo que me da gusto verlo terminado”.
Cada modelo requiere de una atención especial, independientemente de la cantidad de piezas que lleve. “Nena” menciona que, por ejemplo, el modelo Arco —sofá, love seat y sillón— requiere de 83 piezas de tela que ella y una compañera, pueden coser en alrededor de 90 minutos.
El bordado, gusto de su infancia

Su gusto por el trabajo con tela empezó a los siete años, cuando su mamá le enseñó a bordar servilletas y artículos sencillos de uso en el hogar.
“A los 17 años tomé un curso de costura y luego entré a trabajar en una taller en donde se hacían pantalones y camisas”, señala durante una breve pausa en su trabajo.
Considera que el mueble que más le ha gustado formar parte en su elaboración es una base forrada de terciopelo color rosa coral: “Es la más más bonita para mí”, menciona.
Hasta que Dios me dé fuerza

¿Hasta cuándo piensa dedicarse a la costura? se le pregunta.
“Hasta que Dios me dé fuerza”, dice sonriendo, “yo voy a seguir viniendo así tenga 90 años”, y ríe mientras se acomoda en su silla, con el gusto y paciencia de quien desea seguir trabajando con gusto por muchos años más.

La carta

 


Luego de cuatro años de darle vueltas, mi esposa estaba decidida a comprar otra sala y al salir me pidió que liberara el espacio para empezar con la limpieza y que una camioneta la encontrara lista para llevársela.

Al voltear el sofá encontré debajo una hoja doblada que al parecer tenía mucho tiempo. Era una carta escrita a mano y que daba cuenta de una confesión de hace quién sabe cuántos años.

Cuando Lorena llegó se la mostré y después de leerla fue a la cocina. Tomó una coca de vidrio del refrigerador y le dio un traguito. Hay personas que encienden un cigarro, toman café, toman pastillas. Lorena, cuando acumula una tensión, va por un refresco y lo bebe despacio y eso le ayuda a calmarse.

La carta decía:

Amor, si alguna vez lees esta carta es que ya no estaremos juntos. La escribí después de que me dijiste que venderías el carro porque la situación se estaba poniendo más difícil. Yo quise decirte que no te preocuparas, que ya saldríamos adelante, pero sólo te abracé fuerte. Luego nos sentamos en el sofá, en el mismo que compramos al casarnos ¿recuerdas que fuimos juntos a Muebles Victoria y yo elegí el color? En ese momento yo me sentía tu reina y tú orgulloso de nuestra nueva casa.

En esta sala pasamos mucho tiempo juntos, me diste las noticias más felices y también las más tristes. Pero hay otra razón: fue nuestra primera compra para la casa; nos faltaba todo lo demás, pero yo sentía que vendría más adelante, como realmente sucedió.

Luego de tu operación, me dijiste que podríamos vender todo menos la sala, que nadie le daría el valor. Siendo honesta, temía por tu vida pues aunque los doctores te daban un 70 por ciento de éxito, su semblante decía otra cosa.

No contaba que lo del sarcoma me iba a poner una dura prueba. Mañana por la mañana me internarán y se prevé que me operen. Tengo mucho miedo, tengo miedo separarme de ti, no volver a verte. Te amo como nunca imaginé, así como se ama la vida y la noche y el día y todos los abrazos y besos juntos de todos estos años.

Te amo, amor mío. Si encuentras esta carta ya no estaré contigo. Si vas a deshacerte de nuestra sala, te pido que se la dejes a tu sobrina Lorena, ella es la persona indicada, sé por qué te lo digo.

                                                                 Tuya por siempre, tu hermosa.

 

Lorena estaba en la cocina sollozando en silencio. Tenía la coca a la mitad. Esta sala es mía, dijo, y apretó los ojos. Yo la abracé y estuvimos así un largo rato.

Cuando el chofer de la camioneta llegó, encontró la puerta abierta. Cuando nos vio yo me paré en silencio, saqué la cartera y le di el dinero del viaje.

 

 

 

 

 



Confesión de un mal lector

 


Para mí un lector ideal lee sin demasiados prejuicios, con mucha curiosidad. Como los bebés, se lleva a la boca casi de todo. Se conoce a sí mismo y por ello sabe lo que más disfruta, pero no se cierra a nuevos títulos, propuestas, autores.

Yo, en cambio, soy mal lector. Con tantos libros en fila, pendientes por hincarle el diente, me siento bien ser selectivo. Leo sólo por referencias, es decir, no me voy con un autor desconocido, salido de la nada.

Leo porque el tema me interesa y tal autor es experto. Leo porque conozco en persona al autor y quiero saber cómo escribe. Leo porque me piden una opinión sobre lo que escribieron. Leo porque he escuchado hablar a varios lectores muy bien del autor y su calidad (y mi expectativa) queda fuera de toda duda.

Soy, en fin, mal lector porque necesito de tres aduanas para acercarme a un texto, a un autor.

¿O quizá soy muy flojo?¿Por qué? 

Porque busco leer sólo lo que pienso que me va a gustar, sorprender, hacer gozar. Sí, creo que soy más bien flojonazo.