Así como un
adicto busca compartir su máximo placer y quizá inducir a otros a su fuente de
felicidad, hay otros pocos incurables que con placeres igual de hedonistas
padecen un vicio del que no buscan recuperarse nunca. Me refiero a los adictos
a la lectura que no sólo hablan sobre lo que leen, sino que además reflexionan
por escrito sobre su dudosa costumbre.

En lo
particular, el ensayo que más disfruté fue “Un impresor que no sabía leer y una
serpiente oculta bajo la imprenta”, donde se relata la llegada de la primera
imprenta en 1539 a tierras novohispanas. El impresor al que hace referencia el
título es Juan Pablos Bresca, quien a pesar de no saber leer, fue el encargado
del taller que durante los primeros años sólo produjo libros eclesiásticos.
Testimonio amueblado de lecturas
Las
reflexiones de Daniel Salinas echan raíz en la actualidad al, por ejemplo,
analizar el gusto por los videojuegos entre los jóvenes y preguntarse, datos en
mano, cuál es el resultado de la pugna ente consola y libro. “El videojuego no
sustituye a la literatura, pero sí arrebata potenciales lectores”, afirma.
Lejos del
lenguaje académico y cerca del testimonio amueblado de lecturas, el libro
reúne 18 breves reflexiones sobre el acto de leer y la lectura. Una de las
principales cualidades de esta obra es la reflexión actualizada enlazando temas
propios de la relación escritura–lector, como asuntos con la navegación de la
lectura frente a las teleseries, los videojuegos y los youtubers.
El autor saca
a Borges, a Cervantes y a Paul Auster a pasear, los sienta en una mecedora y
los sitúa en su contexto. Su familiaridad con autores clásicos y contemporáneos
en lugar de distanciarnos, nos acerca más al mundo de la literatura. En el libro,
que sigue la línea de su Réquiem por
Gutemberg, el autor reflexiona sobre el futuro de la letra impresa, sobre
el primer y el último lector de una obra y sobre la supuesta muerte de la
novela. Vamos: toca hasta el tráfico de libros —a propósito de adicciones— que
durante un tiempo padeció la Nueva España. “En 1790 había más de siete mil 400
títulos en el Índice de libros prohibidos.
Cabe
mencionar que Bajo la luz de una estrella
muerta obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Sor Juana Inés de la Cruz 2015,
con lo que el autor suma ya media docena de premios en un lapso de año y medio
de trabajo escritural.
Si este
libro se llevara en algún programa académico, bien cabría en la materia de “Sociología
de la lectura”. Sin embargo, gracias a su lenguaje y a la habilidad con la que
el autor se acerca al lector —a menudo usa la primera persona—, bien podría
pasar por un libro de divulgación para que las próximas generaciones “le den el
golpe al libro” y se vuelvan, si no adictas, al menos sean lectores sociales.
Por puro placer, claro.
De la columna "La culpa es de los ojos".