viernes, 13 de junio de 2014

Un Hyundai amarillo


Para Armando Berrones

Hoy en la mañana un hombre tocó la puerta de mi Facebook buscando que lo agregara. Ni su foto ni su nombre me dijo nada y cuando le pregunté de dónde nos conocíamos su respuesta me intrigó: “Trabajamos juntos en el periódico el Valle hace unos años”. Yo no recuerdo haber trabajado ahí, tampoco su cara ni nada de lo que me decía. Lo despedí amablemente pero esa sensación de haber cruzado un túnel del tiempo me desconcertó. Pasé varias horas tratando de recordar cómo hizo agua una laguna de ese tamaño en mi memoria, y en ese hoyo me quedé cavilando, como cuando uno observa centímetro a centímetro un agujero hecho por una bomba en la pared.

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Descubrí hace unos días un videojuego de carreras de coches que me recuerda los primeros que habitaron el planeta y que la prehistoria tecnológica describe como Atari 2600. Yo mismo acompañé a mis primos a comprarlo al Peny Riel un día de noviembre de 1984. Cuando crezca, me dije, casi me prometí, me compraré uno. No lo hice (no lo he hecho aún), pero cuando encontré una aplicación muy parecida no dudé en bajarla. En uno de los circuitos hay una curva que serpentea de bajada y siempre que paso por ahí me rompo la crisma en un derrape que no puedo evitar. Ya sé que soy un pendejo por no frenar, pero me gusta el rechinar de llantas y sentir cómo se enoja el motor de mi Hyundai amarillo, como si fuera una fiera rasguñando el suelo con medio cuerpo colgando del precipicio. Vuelvo a pasar, y me vuelvo a embarrar chingadamadre.

Anoche soñé esa curva, pero que era la bajada de Bulevar Acapulco. Ahí me daba contra las casas.

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El periódico El Valle estaba por Garza Sada, recuerdo la fachada y el letrero. Nada más. Pasé muchas veces por ahí porque más adelante, donde Bulevard Acapulco viene a descansar al semáforo, hay una plaza pequeña, con una placa y un avión a escala dedicado al Escuadrón 201. Ese pequeño parque tiene ocho bancas, pero sólo tres miran a la avenida sin dificultad. De las tres nada más a una la cubre parcialmente un árbol cuando llueve (cuando la lluvia es muy ligera). A los autos que los detiene la luz roja (que siempre son los que más prisa llevan) deben esperar 50 largos segundos mientras quien conduce pule la pintura de sus labios, se mira el cabello aún húmedo o regaña a los niños que brincan en el asiento de atrás.

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La noche cuando pasó lo que pasó no existe, no existió, es mentira, no me pasó ni estuve nunca ahí, no fue en esa calle que parece el circuito de Catalunya ni tenía a la vista un carro gris parecido a mi Hyundai.

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Sé que este historia está llena de absurdos, o de imaginaciones mías, de invenciones, como seguramente les estoy inventando lo del Penny Riel y lo del Atari, o lo de la persona que me halló por Facebook y es a quien dedico esta historia.

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Las apariciones que siguieron de ese coche gris sí fueron ciertas, era como si el fabricante hubiera hecho solamente uno y yo me lo encontrara siempre. Las apariciones eran ciertas, pero no tenían que ver conmigo, nomás me seguía y me recordaba lo que les digo, algo que no sucedió. Estoy seguro que no trabajé en El Valle por varias semanas como me dijeron, ni modo que hubiera aceptado sólo por su cercanía con el Bulevard, yo no estuve ahí, ni  fui editor en ese periódico como me aseguran. ¿Es que no me creen que estuve sentado en una banca?




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