Su encuentro me devolvió casi 20 años atrás, cuando tenía muy pocas cosas en claro de la vida, muy pocas diría yo. Y me puse a pensar en lo que a nadie le importan, asuntos de mi biografía que cada cierto tiempo les hago inventario, corte de caja y adelante, a lo que sigue.
Digamos que fue una especie de cerrar círculos, o quizá de tocar base y verme a mí mismo en un espejo lejano.
Sucede que me encontré con alguien en ese Aleph que es el facebook, vi sus fotos. Entonces voltee a mis orígenes.
A mis raíces.
Buena parte de lo que soy, de lo que pienso y lo que hago, gran parte de mi forma de ver el mundo y de desarrollarme profesional y personalmente, fue iniciado por las semilla que dejaron ciertas personas. Digo que esto no le interesa a nadie excepto a mí, y bueno, a quien se interese realmente en conocerme un poco más. Pero bueno, aquí sólo soy yo frente al papel.
Y no creo estar viviendo en el pasado, como mucho tiempo hice, y lo hice de un modo de lo más azotado que encontré.
No. Ahora soy feliz y si de algo siento nostalgia es del futuro, del tiempo que seguirá llegando y seguramente será con cosas más chingonas, sí, claro, en la medida que las trabaje, y esté preparado para recibirlas como hasta ahora.
Demasiadas explicaciones. Ni parece esto para mí.
Mi padre, Arturo Torres, Sofía Valdivia, César Reza, Genaro Saúl Reyes y Fabián Muñoz. Estas seis personas aparecieron en mi vida antes de cumplir mis 20 años y me la cambiaron.
Sería largo, muy largo, hablar ahora de cada uno de ellos. Por eso he pensado, para abreviar unos 15 párrafos, en qué tendrán en común todos ellos. Las letras, el lenguaje, las ideas.
Mi proceso iniciático comienza un verano del 79 con una plática de mi padre, escuchándolo decir ciertas palabras por primera vez, palabras que yo no entendía; y termina, según yo, el 2 de octubre de 1993, siete días antes de dejar de tener 20 años.
Puedo decir que hasta mis 20 años, no hubo personas de las que yo tomara tanto que de ellos. Mejor dicho, de la esencia de ellos.
Hoy no queda prácticamente nada de aquel muchacho que iba a misa varias veces a la semana, que vivía de pleito con su padre y que quería ser cura. No queda nada del chavito que se enamoró de la amistad y se moría de ganas por crecer y por vivir, pero que no sabía hacía dónde quedaba eso que llaman vida. En dónde está el chavo inquieto, que se pasó un diciembre entero leyendo 14 horas diarias...
Hoy me encontré con el Fabián en el facebook. Conserva la misma energía.
Tenía 17 años de no verlo.
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