miércoles, 9 de noviembre de 2016

El día a día




Evidentemente debe doler tener la percepción de que te cambiaron por otra persona. Ahí es cuando miras con lupa al otro, a ese par. Se analiza hasta el último detalle. De hecho ser analista de las relaciones ajenas es un deporte bien bueno.

Pero la más importante debería ser la que uno experimenta en un presente determinado.

Las relaciones se cultivan entre dos, de lo contrario se debilitan y pueden morir.
No puedes tener una pareja y al mismo tiempo no transmitirle tus emociones aun sea en pequeños detalles. También a ser pareja se aprende, en el sentido de poder conectar, saber estar presente aunque de momento no se pueda estar físicamente.
Y ni modo, creo que al menos temporalmente y en esos casos lo principal son las palabras, sólo ellas son capaces de que la distancia física no se vuelva una distancia emocional.
Y es que una relación no es un vínculo gerencial de reportes, palomear pendientes y checar salidas, es mucho más que eso. Hay quien lo hace con mayor facilidad que otros. Puedes llamarle a tu pareja tres veces al día y aún así que la relación sea distante, como un vino sin cuerpo y sin encanto. Como mucha forma pero con poco contenido.

Si no se desea fortalecer ese vínculo en el día a día, así sea en la distancia, la relación se debilita, por uno o por ambos.
Primero la relación se suspende, luego se termina, y es muy difícil levantarla si no se muestra el suficiente interés. Así de simple.

Hace tiempo tuve una pareja con la que me sentí así. El video de ese amor profundo no me dejaba escuchar el audio de su cercanía. Pronto, porque esa cercanía no era realmente tal, esa relación empezó a respirar con mascarilla, una que funcionaba muy bien pero que le restaba movilidad: no había avance. Una relación que estaba en cama, suspendida.

Tantos sueños. Uno busca el horizonte sin despegar la vista del día a día, del roce de la palabra, cuando el día a día se olvida, ya no hay mascarilla que la levante. Después de todo nadie quiere estar con alguien a quien levantar el teléfono le cuesta mucha flojera. Quizá por ya no tener/saber qué decir.






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