jueves, 11 de abril de 2019

Mi maestro de la prepa

Las clases de Literatura de algún modo me marcaron. Como sucede en estos casos, la figura del maestro fue central. Mi profesor se caracterizaba por su excelente dicción que iba acorde con su atractiva personalidad. Al hacer cuentas, no pasaba de los 32 años y a veces nos contaba algunos pasajes de La Iliada. Era como esos actores veteranos que prescinden de aspavientos porque saben que con sólo la cadencia de la voz, la sonrisa o la pausa pueden lograr una atmósfera y una imagen. Cuando pasaba lista nombraba siempre el primer nombre y el primer apellido, con una pausa muy pequeña que subrayaba casi un deletreo de nombres. Tenía la imagen sobria de un exseminarista metido en un traje que lo hacía elegante, pero no altivo como a veces pasa a los abogados.
Movido por sus historias y acaso también por un sismo amoroso, escribí un cuento en cinco páginas —un capítulo por página, a lápiz— y se lo mostré. Días después le pregunté su opinión. "La idea funciona. Tiene algunos detalles pero la idea funciona". Sus palabras fueron muy importantes para mí, o mejor dicho, para el muchachito de 15 años que quería ser ingeniero y que estaba enamorado etcétera.
Al salir de la prepa lo busqué y le llevé mis escritos. Era secretario académico de la UR. A la segunda visita me canalizó (así como a los pacientes) a un taller que estaba por abrirse y que coordinarían Graciela España y Lalo Parra. Era 1990 y quería ser ingeniero.
Unos 25 años después, en el 2015, busqué a mi maestro por teléfono —yo vivía en Ensenada— y lo localicé en alguna dependencia del Tec de Monterrey. Quedé en enviarle pronto mi más reciente libro. Se acordó de mí y de que había seguido escribiendo, y eso me dio mucho gusto.
Ayer me enteré que mi maestro Arturo Torres falleció hace algunos meses. He estado buscando información y veo que en todo este tiempo hizo una trayectoria muy consistente en el ámbito de la educación (desarrollo curricular).
Yo nomás pienso en que fue mi maestro y un día me dijo que la idea de un cuento mío, funcionaba. Sus clases, sus palabras, fueron importantes para mí y siempre lo tuve presente. ¿Por qué a uno le da por llorar aun y cuando todo fueron buenos recuerdos?

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