sábado, 8 de mayo de 2010

Las mujeres

Ahora que estábamos chupando muy a gusto y que recordaba a mucha gente que hace tiempo no veo, me acordé de un bato que conocí hace muchos años, era un tipo algo extraño, entre simpático, interesante, pero que también era un desmadre bien hecho.

De la cosas que más recuerdo de él es que andaba por todos lados y platicaba con mucha gente, tanto de la escuela, maestros, gente que se encontraba en la calle, conocía a todo mundo. Yo que siempre he sido un poquitín sociable, pues varias veces nos pusimos a platicar.

Y me cayó muy bien, no sólo porque te hacía sentir en confianza, sino porque le gustaban muchas cosas y de todas podía hablar con mucha naturalidad.

Este tipo tenía la cualidad, después observé bien, que sabía escuchar. Esto es una cosa que no es muy común, y creo que es relevante para lo que enseguida voy a contar.

Otra cosa que vi en él es que era muy amable, por ejemplo de la gente que acababa de conocer recordaba su nombre, como si la conociera desde hacía mucho. En cuanto a sus gustos bohemios, el bato no era particularmente afecto al alcohol ni al tabaco, ni le gustaban ningún tipo de drogas.

Lo suyo eran las mujeres.

Si a alguien podría parecerle que el cuate este era un desmadre, pues sí, pero curiosamente también era muy buen alumno y le encantaba la lectura y el cine.

Un día pasó algo que se me quedó muy grabado. Sucedió en una de esas reuniones en las que llega un chingo de banda, raza de la escuela y amigos de otras carreras que ni siquiera se conocían, había hasta chavos de otras ciudades. Un pinche fiestón bien cabrón donde la mayoría no eran amigos, pero sí muchos conocidos, al menos de vista. Calculo que fácil había más de cincuenta personas.

Estábamos tres sentados cuando la plática se acabó por unos instantes. El güey me dice, no sé si a mí o pensaba en voz alta, pues ya andaba un poco pedo:

"—Míralas. Y ellas tan amigas".

Por la forma en la que lo conocía, de inmediato supe que se refería a dos de sus ex que se habían vuelto amigas y que andaban seguramente platicando muy animadas por ahí. Supongo, no sé, que quizá no lo sabían entre ellas, quién sabe, porque en muchos de sus casos no era precisamente un noviazgo lo que había.

Enseguida reaccioné. Y se me ocurrió algo. Aprovechando la ocasión, le pregunté en una clave que no tuvo dificultad para entender:

"—¿Y cuántas hay?"

El güey por poco arroja el buche de cerveza en una arcada que parecía de sorpresa o de risa. No voy a olvidar nunca su cara. Me miró fugazmente con un brillo que me atravesó, pero también que me hizo sentir cómplice de algo. Fue muy raro ese momento.

Respiró y soltó una risa como si le estuviera levantando un infundio que le hiciera gracia de tan absurdo. Luego se quedó mirando a nada, con cara de recordar alguna hazaña realizada hacía cincuenta años. El güey miró a varias partes como buscando un mesero. Luego se compuso y le dio otro trago a su cerveza.
Yo lo seguía y esperaba.

Se echó para delante, bajó la cabeza como si fuera por efecto del alcohol y se agarró las manos, luego se enderezó. Dijo:

"—Quince."

"Hijo de la chingada", murmuré.


Una hora despúes llegaron otras cinco conocidas y claro, ya no quise preguntarle. No bailó en toda la noche. Platicaba eventualmente, pero me di cuenta que los otros, amigos y amigas, eran los que pasaban y se sentaban con él un rato. No sé por qué, pero a partir de ese momento lo vi un poco como el anfritrión.

***
Ahora que estoy contando todo esto, ahora que finalmente se decidieron a aparecerme cinco o seis canas, ahora que he visto, que he convivido con gente más extraña todavía, ahora que platico anécdotas de otros, pero que quizá no debería contarlas, me digo a mí mismo que daría seis meses de mi vida a cambio de la discreción de muerte de muchas más mujeres de las que no me puedo imaginar. Los secretos de ellas son un misterio que sólo Dios podría escuchar cuando estuviera enojado.

No como este cabrón que me estaba revelando algo que yo no tenía por qué saber.

Quince en un mismo sitio son un chingo. Y reconozco que por un tiempo estuve haciendo mi quiniela, de las que al menos a cinco nunca las quitaba.

Al año siguiente de aquella fiesta el bato se fue a estudiar una maestría a Morelia. Esto debió haber sido en el 95 o 96; sin embargo, cuando he tratado de recordárselo a algún amigo o amiga de la época, nadie, absolutamente nadie se acuerda de él. Ni por el nombre, ni por el apodo, mucho menos de la fiesta, quizá la única reunión en la que él vio, al mismo tiempo, a quince mujeres con las que en algún momento había compartido la cama.

El muy hijo de la chingada.

¡Mesero chingadamadrelasotras!

3 comentarios:

  1. Licenciado, me gusta esa anécdota. Creo que es muy común que los hombres hablen y presuman de sus conquistas. Quizá sea una forma de asegurar su identidad sexual, en esta cultura mexicana en la que quien no sea macho alfa es un "maricón"; quizá sea una cuestión de inseguridad en general. Este país está jodido, entre otras cosas, porque no hemos aprendido a respetar la libertad, la complementariedad, la diversidad. Ya más a fondo, pienso que este asunto está relacionado con la poca atención que hemos puesto en la polaridad que somos. Y comprender eso último sí que está complicado, es necesario mucho trabajo personal, una vida...
    Abrazo yinyang, Carmenalanís
    PD. Espero que, de haber sido cierto y no una leyenda urbana, ese bato haya sido buen amante, al menos, de una sola mujer, jojojo.

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  2. Licenciada, muchas gracias por comentar.
    Entiendo lo que sentía y experimentaba el protagonista de este tierno episodio, también reconozco que el "ser hombre" o el "ser mujer" está inmerso en una fuerte red de consensos sociales que con dificultad y reflexión de pueden "contradecir".
    De lo otro, de que si es buen amante, eso no lo sé, pero supongo que las mujeres saben distinguir, o al menos intuir el temperamento tropical y las exquisiteces del deseo en un hombre. Eso es lo que se dice. Jaja.

    Oiga, ¿sabe usted cuántos grados hay del macho alfa al maricón?

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  3. Licenciado, quise decir que, en esta cultura, los hombres y las mujeres estamos presionados a cumplir ciertas características, supongo que cada vez existe más flexibilidad. Y sí, bueno, exageré en eso del macho alta al maricas, jojojo. Acerca de las habilidades amatorias del mozo, déjeme le digo, acá entre nos, que muchas veces una descubre cada chingadera detrás de un morro que se presenta como Rocco Siffredi.
    Oiga, ¿qué me dice del origen de la palabra "bato"?
    C.A.

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