viernes, 9 de octubre de 2009

El nuevo año

Me educaron para celebrar los cumpleaños. No el fin de semana más cercano, sino el mero día. Por muchos años esperaba regalos este día, felicitaciones de la familia. De adolescente y primera juventud, con mi amiga Sofía celebrábamos nuestros cumpleaños, nunca los dejábamos pasar y los registrábamos con el refrendo de nuestra amistad y cariños más profundos.
Hoy es muy raro. Ahora es diferente. No espero regalos, pero siento que he recibido muchas cosas de la vida, como por ejemplo mis hijos que tengo la alegría de poder besarlos y besarlos casi casi cuando quiera; no espero felicitaciones, sin embargo nunca me había felicitado tanta gente en tan pocas horas. (Mi hijo Andrés, en una escena que me conmovió muchísimo, se me acercó a felicitarme y me dio un abrazo. Casi me deshago. La Carmen, por su parte, contó los minutos a que diera el nuevo día, y entonces ser la primera en felicitarme desde el otro lado de la cama que para el tamaño de nuestro amor significa el otro lado del país pero tocándonos).

Total, que caigo en la cuenta que no me siento que este día sea igual de especial como lo fue por muchos años, pero que tampoco me acostumbro todavía a dejarlo pasar del todo como lo hacen, me parace, la mayoría de los adultos.

Eran muy padres aquellos cumpleaños, o más bien lo que sucedía en esos cumpleaños. Hoy no sé, no queda nada o casi nada de aquel jovencito. Si acaso un hombre que hasta hace poco coleccionaba recuerditos como si fueran miniaturas y que aún sigue insistiendo en escribir, como los primeros días de agosto de 1987, en el grupo R-5 de una preparatoria que es un sueño.

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