domingo, 24 de enero de 2016

Ramiro el provocador

De no ser por su vecino Raúl, Ramiro no habría publicado ni un libro, ni se habría vuelto un leído columnista. Y de esa curiosidad suya por las letras, sólo un pequeño brinco faltó para querer conocer otros países.

Pero empecemos por el principio. Ramiro Padilla Atondo es ensenadense y tiene 47 años. Lo de la edad es sólo una referencia para afirmar que es un lector con experiencia. Los cumplió en diciembre pasado, en La Habana, donde estuvo siete días. Y decir que es lector es algo serio. Pero de nuevo me estoy adelantando.

Como sucede con los lectores de cepa, la enfermedad pica temprano. Él desde San Diego, me cuenta por Facebook algunos inicios: “A los ocho años me sabía el tomo 8 de la Enciclopedia Temática de memoria, sobre todo la historia de ‘Los 300’ y el traidor Efialtes”.

“La lectura es la piedra angular del razonamiento”, me dijo en una entrevista publicada en el 2014. No hay un día en el que Ramiro no dedique un buen rato a leer. Una vez, pasados los 30 años, su vecino Raúl comenzó a insistirle en que escribiera un ensayo, que sus pláticas eran “muy literarias”. En aquel tiempo escribió una novela; ahí se le acentuó ese vicio solitario de escribir. A la fecha ha publicado cinco libros de ensayo, tres de cuento y dos novelas.
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Hoy es viernes en la noche. Nos vemos poco y siempre sorteando horarios complicados y compromisos mutuos. Esta vez no nos quedamos en casa; pasa por mí y nos iremos con otros amigos y luego a ver qué sale. 

A Ramiro lo conocí gracias a Daniel, quien me lo presentó hace años. Fue en una terraza en la calle Primera un sábado en la noche. El 9 de abril del 2011, para ser precisos y a partir de aquel día, poco a poco afloraron algunas coincidencias. Me contó de su escritura y de su editorial San Mateo en la época en la que Carmen y yo publicábamos el Urbanario.

Sus viajes más frecuentes han sido cruzar a San Diego o a Los Ángeles, en donde por cuestiones de trabajo pasa la mayor parte del tiempo desde hace casi 20 años.  Durante la velada de este viernes lo secuestro un rato para que me platique de Cuba. Ramiro habla continuamente, enciende otro cigarro, y usa todo el cuerpo para expresarse, especialmente la manos.

Es un provocador y un tipo hecho a sí mismo. Quienes lo conocemos conocemos también su humor negro y su gusto por mofarse de la soberbia y la necedad, armas blancas que le han servido en su trabajo como columnista. Por un tiempo fue de los más leídos en el portal Sin Embargo; algunos de sus artículos llegaron a unos 100 mil lectores, según datos recabados por él mismo basados en el hecho de que fueron compartidos hasta 10 mil veces.


Un día llegó de la Feria de Los Ángeles con la novedad de que había saludado a Lydia Cacho y a Alberto Ruy Sánchez, quienes eran en ese tiempo compañeros de portal y también lectores suyos. Descubrí que un cosa es leer a los columnistas, y otra muy distinta que los columnistas te lean a ti y te ubiquen, y eso le pasó.

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No ha habido mucho tiempo de que me cuente sobre su viaje a Argentina y a La Habana en diciembre pasado. 

¿En qué ideas tenías razón –le pregunto– acerca de Cuba?¿Qué comprobaste?


—Todos tenemos ideas preconcebidas acerca de los lugares a los que iremos. Hay una narrativa, muchas veces distorsionada que sólo puede ser desechada por la experiencia en vivo. Sabía muchas de las cosas que encontraría, otras resultaron ser una franca novedad. El orgullo de ser cubano, la polarización con los exiliados, la belleza de una ciudad casi en ruinas, el Museo de la Revolución al que se cuida como la más grande atracción turística y la pobreza general, la lucha por la comida, aderezada por una alegre resignación. Por supuesto que eso lo comparas no solo con la experiencia norteamericana, sino con la mexicana en general.

—Visitaste Córdoba, Santiago del Estero y Catamarca, en Argentina, el verano pasado. ¿Qué similitudes encuentras entre México y lo que tú viste allá?


—“Somos  más similares de lo que parecemos. La raigambre española nos persigue a pesar de las diferencias raciales. En Cuba no se puede hablar de pluralidad, se habla más bien de la defensa de un proyecto social que se va difuminando de a poco con las nuevas generaciones. En Argentina existe una polarización muy parecida a la venezolana. En Cuba no se habla de corrupción, como se hace de manera cotidiana en México o Argentina. Los argentinos dicen que compiten en niveles de corrupción con nosotros. Lo cierto es que en la Argentina sólo hay de dos sopas: o amas u odias al gobierno, dependiendo de tu tendencia. En Cuba, a pesar de todo, las leyes que regulan ciertas conductas sociales, son estrictamente obligatorias. Hay un temor reverencial a la policía. Poca tolerancia al crimen.


No sé si agradecerle a su vecino Raúl por alentar el oficio de mi amigo ensenadense, pero después de platicar con Ramiro una noche de viernes puedo comprobar que sus viajes largos están comenzando: Tiene ya planes de regresar a La Habana y comprobar que la belleza, como él y yo la entendemos, merece ser vivida por más tiempo.

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