lunes, 29 de agosto de 2016

Masculinidad, emociones y Juan Gabriel



En alguna parte leí que la construcción de la masculinidad, al menos eso he comprobado en una cultura tan machista como la mexicana, se realiza en un primer momento por alejamiento, por oposición a lo femenino.
A los pequeños se les inculca desde sus primeros años a alejarse de comportamientos relacionados con lo femenino. 
Pienso que una masculinidad así es más bien endeble, pues se pone más énfasis en tener cuidado de lo que no se deber ser que lo que sí.
La expresión de la mayoría de las emociones se asocia a lo femenino, así como buena parte de lo asociado con lo doméstico y el mundo de lo privado. Por ello los hombres podemos en el mejor de lo casos expresar sentimientos y aspectos que tienen que ver con los cuidados y el asunto del bienestar general, con una escucha mujer.

(No todas las mujeres tienen esa predisposición. Algunas son más bien prácticas, no le dan vuelta a las cosas y resuelven con pocos rodeos el asunto de las emociones. Recuerdo el caso de un amigo que quería desahogarse de que su mujer no le gustaba lo suficiente y no estaba del todo satisfecho, cuando la amiga en unos segundos lo paró en secó y le recordó que él no era para nada un modelo de belleza y que mejor le parara. Y zas, fin de esa plática).

Pero siguiendo con el tema de la construcción de la masculinidad, esa incapacidad por reconocer que somos personas con muchas emociones y quizá con gustos que no encajen del todo con el modelo que se espera de nosotros, nos vuelve en buena medida malos gestores de nuestras emociones.

En nuestra cultura hay dos emociones que se aceptan perfectamente en un hombre: el enojo y el deseo. El resto nos cuesta más trabajo gestionarlas. Por ejemplo, la ternura, la inseguridad, el miedo, la confusión, entre un largo listado.

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El asunto es que aún hoy en día esa masculinidad poco fortalecida se siente amenazada. El ser hombre, en tanto que sujeto central de nuestra cultura, y por lo tanto empoderado por antonomasia se ve arrastrado con frecuencia hacia el lente de la sospecha. Todo poder está bajo sospecha, y en el caso del varón, la reacción cultural es la homofobia y la misoginia, como un grito inútil de que nuestra masculinidad no tiene que ver en nada con la homosexualidad ni con lo femenino.

Por fortuna tenemos a Juan Gabriel, que resulta la coartada perfecta.

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