lunes, 1 de febrero de 2010

La primera piloto mexicana

Texto de Sara Pantoja para El Universal de hoy lunes 1 de febrero del 2010.
Cada que suben a una aeronave, en su mente piensan: “Abuelita, pilotea tú, ahí vamos”. Hijas y nietos de Emma Catalina Encinas Aguayo confían en que, incluso desde el más allá, la primera mujer mexicana que recibió una licencia de piloto aviador, guíe sus vuelos.

En el Mes de la Aviación Nacional y a 20 años de su fallecimiento, que coinciden con el centenario de la Revolución Mexicana, sus hijas Patricia y Catalina recuerdan su infancia.

Nacida el 24 de octubre de 1909, era muy pequeña cuando junto con su familia tuvo que salir huyendo de las tropas del general Francisco Villa. El movimiento revolucionario arrasó con las propiedades de su familia en Mineral de Dolores, Chihuahua, su tierra natal.

Su padre era de Sonora y su madre, de Chihuahua. De pequeña la mandaron a estudiar a Estados Unidos, donde terminó la high school.

Como un juego de la vida, un día entre sus amigas se asignaron al azar la ocupación que que tendrían de grandes. “¡Tú vas a ser aviadora!” le dijeron.

Sus primeros contactos con los pájaros mecánicos fueron a través de una amiga cuyo novio era hermano del coronel Roberto Fierro, quien para entonces era un as en la aviación mexicana y creador de la primer escuela de aviación que operó en la República mexicana.

Cuando comunicó sus deseos de estudio a su padre, éste se negó, pero su madre le dio sus ahorros para que aprendiera el arte de volar. Luego ella misma se los pagó con lo que ganaba como profesora de inglés de los pilotos, y de hacer traducciones para una revista de aviación. Uno de sus instructores fue el capitán Ricardo González Figueroa.

Vuelos rectos, nivelados, “ochos”, “latigazos” y “picadas” eran las suertes que aprendió a hacer en el aire.

El día en que hizo su examen a la base de Balbuena, el 20 de noviembre de 1932, mucha gente acudió, “pero era para ver cómo se estrellaba una mujer piloto”. Su avión Tormenta era un Spartan biplano con monomotor de 85 caballos de fuerza, llamado así por el ruido que hacía cuando arrancaba, según decía.

El vuelo fue un éxito y ella salió en hombros hasta el Zócalo capitalino. Una semana después obtuvo la licencia número 54, que la convirtió en la primera mujer mexicana en recibir ese documento oficial y la segunda en toda América Latina.

Fue amiga por correspondencia de Amelia Earhart, piloto aviador muy reconocida en Estados Unidos, que murió cuando su avión desapareció al tratar de cruzar el norte del océano Atlántico.

Sus años de vuelo terminaron cuando decidió seguir a su esposo médico a Las Choapas, en el estado de Veracruz, a atender a pequeñas comunidades.

“Todo pasa por algo, tú ten paciencia”, era una de sus frases más comunes. Ella decía que era una mujer que nació antes de su tiempo.

Conocedora de los idiomas

Multirreconocida a nivel latinoamericano, en los vuelos comerciales que abordaba era común que los pilotos la invitaran a la cabina en pleno vuelo.

Políglota, intérprete oficial y traductora por años de la familia Echeverría, cada año le asignaban la traducción de los informes presidenciales. Fue también perito traductora en distintas dependencias y oficinas de gobierno.

En uno de los tantos momentos de la historia, le tocó traducir la noticia de la muerte del presidente estadounidense John F. Kennedy, a quien conoció una semana antes. En una semana que viajó a Brasil, aprendió a hablar portugués.

Sus nietos la recuerdan como una mujer que “todo el tiempo estaba sentada frente a la máquina de escribir. Una mujer sumamente trabajadora”. Además, tocaba el piano como maestra y tuvo su propia escuela de ballet.

Luego de haber viajado por todo el mundo y haber librado dos paros cardiacos, un derrame cerebral le limitó el habla a decir sólo “gracias”.

Uno de los anhelos más grandes de Emma antes de morir era ver su busto en la Galería de los Próceres de la Aviación Mundial, en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM).

Sus hijas cuentan que las autoridades de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) de entonces les dijeron que eso lo harían sólo hasta después de que Emma Catalina muriera. Las damas de la Mesa Redonda Panamericana —de la que fue muchos años presidenta— hicieron una colecta y pagaron para hacerlo. Emma sólo alcanzó a ver el molde del busto, pues murió 15 de noviembre de 1990. Dos años después se le rindió un homenaje y finalmente se develó la escultura en el recinto del AICM.

A dos décadas de su muerte, aún queda un pendiente, según sus hijas: que las autoridades del GDF le pongan su nombre a una de las calles de la colonia Aviación, en Venustiano Carranza.


Fotos tomadas del libro Grandes vuelos en la aviación mexicana, de Manuel Ruiz Romero, México, Grupo editorial Aviación, 1986, p. 156 y 158.

2 comentarios:

  1. Hombre no se pero RUIZ ROMERO me suena soy
    Jenaro Romero Pastor, hijo de José Romero Ruiz
    nacidos en Torrecampo de Córdoba (España)
    Si alguno de mis primos se encuentra en Mexico,
    que se ponga en contacto.
    Mail: mission-spain@bunyoro-kiatara.org

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  2. excelente narración Sara, realmente me emocionó tanto por el personaje como por ti. Quizá sólo me conozcas de vista, yo a ti no, pues tu hermano Alejandro se ha encargado de hablarnos mucho de ti y de tu trabajo. Mi nombre tampoco te dirá nada, pero si a él. Un abrazo y un gran saludo a toda tu familia. Jesús Avila...

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