Si no es el que más admiro, creo que sí es el poeta cuya obra sigo con más cálido apego.
Se trata de Marco Antonio Campos, a quien conocí en persona cuando yo cargaba a todas partes mi únicos tres poemas que le mostré doblados en cuatro en el café Francia, en Aguascalientes, si no me equivoco fue el sábado 2 de octubre de 1993. (Lo volví a ver el jueves 26 de febrero del 2009, en Minería, y por la tarde nos echamos, con otros cuates entre ellos mi querido Margarito, unas cervezas y hasta me llamó poeta, con camaradería, chingao, quizá fue la chela, jejeje).
Con el tiempo me di cuenta que me unía algo más que ese recuerdo. La tristeza, la nostalgia, la melancolía, la inasibilidad del amor son constantes en mis textos, igual que existen en su obra.
Y una de esas constantes en los poemas de Campos es la mujer, especialmente las que, como en un tiempo me pasó a mí, nos dejan de lado por quién sabe qué razones.
"Las mujeres que más recordamos", cuenta Campos en una entrevista, "son las que nos abandonan y nos lastiman y los poemas salen casi naturalmente en esos momentos. No recomiendo de ninguna manera el desamor para escribir poesía, pero tal vez tiene más complejidades psíquicas y posibilidades poéticas que el amor en plenitud. No sé cuántas veces al día pensamos en las mujeres y cuántas veces deseamos a mujeres que vemos durante un día."
Debido a que los desencuentros amorosos en mi vida son cosa del pasado, ahora tengo poco de esa veta para escribir. Ahora, si quiero seguir en el oficio, debo también, como antes lo hacía pero menos, trabajar otros temas, ser capaz incluso de escribir de alguna manera sobre lo que mi querido poeta llama "amor en plenitud".
De todos modos creo que mantengo un tono de nostalgia dentro de la alegría. Una nostalgia, quizá, un poco al estilo de Campos, con la salvedad de que él es un maestro.
Aquí va algo mío que pongo a consideración del respetable:
Ensenada-Tijuana
Había tanta agua amontonada a mis pies que no pude escribir ni media hora. Vi en los periódicos algo sobre la última letra y en mí encontré una "n" de noche o de nube, de nave quizá, mas eso no haría noticiero, tal vez una pared con versos de otros y pases de abordar.
Y una de esas constantes en los poemas de Campos es la mujer, especialmente las que, como en un tiempo me pasó a mí, nos dejan de lado por quién sabe qué razones.
"Las mujeres que más recordamos", cuenta Campos en una entrevista, "son las que nos abandonan y nos lastiman y los poemas salen casi naturalmente en esos momentos. No recomiendo de ninguna manera el desamor para escribir poesía, pero tal vez tiene más complejidades psíquicas y posibilidades poéticas que el amor en plenitud. No sé cuántas veces al día pensamos en las mujeres y cuántas veces deseamos a mujeres que vemos durante un día."
Debido a que los desencuentros amorosos en mi vida son cosa del pasado, ahora tengo poco de esa veta para escribir. Ahora, si quiero seguir en el oficio, debo también, como antes lo hacía pero menos, trabajar otros temas, ser capaz incluso de escribir de alguna manera sobre lo que mi querido poeta llama "amor en plenitud".
De todos modos creo que mantengo un tono de nostalgia dentro de la alegría. Una nostalgia, quizá, un poco al estilo de Campos, con la salvedad de que él es un maestro.
Aquí va algo mío que pongo a consideración del respetable:
Ensenada-Tijuana
Había tanta agua amontonada a mis pies que no pude escribir ni media hora. Vi en los periódicos algo sobre la última letra y en mí encontré una "n" de noche o de nube, de nave quizá, mas eso no haría noticiero, tal vez una pared con versos de otros y pases de abordar.
Pero al tiempo que regreso por el barandal de una playa que desliza la ruta de los turistas y enamorados, al tiempo que me arrellano en un asiento improbable junto a la ventana, pienso en lo que me permanece al partir, en eso que no era necesario buscarlo hasta acá porque ya lo llevo antes de ahora sin importar que sea lunes por la mañana y hasta el cielo.
El murmullo toma curvas y a mi izquierda el mar rezuma la arena. Puedo ver por la ventana apenas cerrar los ojos, toda la ciudad que dejo a atrás y la ventana en la que dormí en un segundo piso sobre la calle llovida y fría.
*El título corresponde a un libro de MAC.
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