martes, 10 de agosto de 2010

Kilómetro 37

Hace unos días, camino a mi trabajo, se me atravesó el tren. Iba a pie y no, no conté los vagones como hacía de niño, sino que me quedé esperando, contemplándolo a dos metros. Me llamó la atención que tantos vagones no se salieran de la vía; simplemente avanzaran.

Hoy pensaba en mi vida y me acordé de ese tren. Es como la metáfora que buscaba para decir que desde hace un tiempo, no mucho quizá, veo mi vida encarrilada, con muchos vagones de los que sólo sabemos que llevan una dirección (hacia allá).

El tren es pesado, lento y seguro. No sabría decir en dónde fue mi partida ni cuántos kilómetros llevo recorridos, pero sé que antes las ruedas no avanzaban así, suaves, llanas, parsimoniosas.

Llevo la luz del tren, canta un Rodolfo argentino valiente y vigoroso. Yo así me voy abriendo paso. Llevo las cosas en su lugar y con algunas herramientas para el camino. Mi camino. Porque, viéndolos a distancia, todos los trenes viajan solos, no vacíos, simplemente solos.

Soy tantas cosas a la vez que no las puedo contar, pero la mayoría de ellas me gustan. Frente a mis hijos soy una parte, frente a mi pareja soy otras cosas, en el trabajo salen otras. Con mis amigos fluyen cosas padres.

Dentro de mí hay una fuerza que a veces se quiere desbordar, igual que antes me pasaba, la diferencia es que ahora cargo con acelerador electrónico que sabe cómo regular.

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