Una misión antropológica llegó a una comunidad amazónica que nunca había visto un automóvil. Los estudiosos estuvieron seis meses y al final convencieron al jefe de llevarse a uno de los aborígenes a la ciudad, para hacer algunos estudios. El jefe le ordenó obedecer en todo a los antropólogos. Lo regresarían en dos semanas.
De regreso, el hombre de la tribu que fue sacado, quien resultó ser un joven cazador, fue transportado en avión de regreso. El aborigen estaba aterrado con la idea de meterse en un aparato como el tronco de un árbol. Pero obedeció.
No podrían aterrizar, perderían muchos días llevándolo por tierra. Así que decidieron lanzarlo en paracaídas. Le dieron instrucciones y el joven, obediente hasta la inmolación, se lanzó.
Por fortuna todo salió bien y fue recibido con gusto. Sólo que no comió en las siguientes dos semanas, tenía alucinaciones y batallaba para dormir. Sentía que caía.
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