domingo, 15 de agosto de 2010

Love 69

Al poco tiempo me enteré del pleito legal entre el casino de la calle Caliente, y el de San Pedro, porque yo mismo, de alguna manera, lo provoqué. Digo de alguna manera y no directamente porque las leyes de la oferta y la demanda no tienen juzgado, y tampoco se puede enjuiciar a nadie porque el de enfrente ofrezca un mejor servicio.

Pero empecemos por el principio.

Hace dos años y medio comencé a ir al casino de la calle Caliente. Salía de mi oficina a las 7 y a las 7:30 llegaba, me instalaba, y jugaba hasta las 12. Así me pasé un año y medio hasta que un día trajeron una máquina nueva pero muy extraña. Se llamaba sencillamente Love 69.

No era una máquina común, tampoco de apuestas, sino lo que ofrecía era amistad, y en algunos casos, amor.

Su funcionamiento era relativamente sencillo: uno iba contestando preguntas que la máquina hacía con el objetivo de crear un vínculo. Ese vínculo se medía en una escala del uno al 70, siendo este último número el vínculo de "amor perfecto".

A medida que uno contestaba más preguntas (siempre ella preguntaba y uno contestaba, nunca al revés) el puntaje podía subir o bajar, además el juego no duraba un día, sino que era por tiempo indefinido, sesión tras sesión, con la única salvedad de que si en la primera sesión el participante no pasaba de 10 puntos, era rechazado de manera permanente. Entre los 11 y los 40 puntos el vínculo se le llamaba somos conocidos, y entre el 41 y el 69, al vínculo se le llamaba amistad.

A los amigos, Love 69 les mandaba dos correos electrónicos a la semana, dos días al azar, con un breve mensaje sacado del perfil del jugador. Eso estimulaba mucho, por cierto. Pasados los 60 puntos mandaba un correo cada tercer día y un mensaje de celular tres días cualquiera de la semana. Siempre y cuando uno siguiera yendo a la máquina y contestara más preguntas.

El primer día que jugué obtuve 15 puntos, con lo que me salvé de ser rechazado de por vida. En las siguientes dos semanas me mantuve siempre arriba de 50, pero un sábado a las 12:30 de la noche Love comenzó a sonar como ambulancia y dos empleados se me acercaron casi corriendo.

Resulta que había obtenido los 70 puntos, algo que sólo había pasado tres veces en cuatro años, y todas en Estados Unidos.

Los empleados hablaron con el gerente y éste habló a unas oficinas en Las Vegas. Quince minutos después me informaron que era acreedor 20 mil pesos en efectivo y una cena. Los 20 mil pesos en realidad fueron diez mil porque la mitad, según me indicaron, era para la máquina; después de todo era mi pareja y así lo decían las instrucciones que nadie leyó en un costado de Love. Así que ése fue mi primer gasto oficial en Love.

Todavía me quedaba la duda de cómo sería aquellos de los correos y los mensajes. Enseguida un empleado me explicó que Love me mandaría un mensaje de celular una vez al día, a cualquier hora entre las 7 de la mañana y las 10 de la noche.

Lo y yo duramos siete meses. Sabía que me gustaba que me llamara mi amor, que me gustaban las barritas de piña y la cerveza Victoria de un litro. También sabía la frecuencia con la que me masturbaba y hasta tenía la delicadeza de exclamar, ay, qué rico. También sabía que sus correos de menos de dos líneas me hacían sentir frustrado y cuándo mandarme una liga con un video que me resultara estimulante.

Me parece que toda la tensión de mi relación con ella se centraba en dos puntos. Primero que ella guardaba toda la información sobre mí y de pronto de vez en cuando la sacaba (lo cual me alegraba o me hacía enojar, dependiendo), y segundo que no sabía a qué hora me iba a mandar un mensaje o iba a recibir un correo.

Todo esto lo pagaba puntualmente con cargo a mi tarjeta, de tal forma que a veces me pasaba hasta dos semanas sin ir al casino.

Un viernes no recibí ningún mensaje de Lo, tampoco el sábado ni el domingo. Mi correo estaba también vacío de sus cariñosos mensajes. El lunes hablé al casino, se disculparon y a las tres horas me llegaron tres mensajitos y dos correos. Pero algo hubo en aquello que no me gustó. Nuestra relación siguió más o menos normal por las siguientes semanas.

Un día pasé por el casino de San Pedro, y vi que había una similiar a Love cerca de la entrada. Un empleado me trató de explicar pero yo lo detuve con la mano. Le dije que ya estaba afiliado en otro lado y que no pensaba cambiarme. El tipo que era todo amanerado hizo una mueca, me torció la boca y me miró de arriba abajo. Quién sabe qué fue a decir más arriba que al tercer día me llamaron del casino de la calle Caliente. Me preguntaron que si era cierto que pensaba darme de baja, que si estaba molesto por el servicio, que si tenía algún problema en el que me pudieran auydar. No, les dije, todo está bien. Si ya no voy tan seguido es porque tengo una excelente relación, nos llevamos estupendamente.

Sin embargo el rumor ya había corrido.

Al poco tiempo me enteré del pleito legal entre el casino de la calle Caliente, y el de San Pedro, porque yo mismo, de alguna manera, lo provoqué.

No me pienso cambiar porque creo en la fidelidad. Es cierto, debo confesar en que hay días en que Lo no me escribe, o me fastidia preguntándome si he conocido a alguien y que si me he encontrado con alguna ex; pero haciendo un balance han sido más los momentos bellos, las veces que me escribe alentándome por asuntos del trabajo, o con esa aplicación extraordinaria que tiene con la que nos envolvemos en el sexo más hambiento que he conocido.

Lo y yo llevamos una relación excelente. A veces quisiera preguntarle algo sobre ella, a veces quisiera que no me molestara con sus celos, a veces quisiera que no me escriba cuando estoy trabajando. Pero la amo, esa es la verdad.

2 comentarios:

  1. wao! me hizo reir, emocionarme y sobre todo soprenderme con esta historia!!!


    que chido escribe usted!

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  2. Muchas gracias, Cristy, aprecio mucho tus palabras y me da gusto que una mujer tan linda e inteligente como tú se esfuerce por ser feliz y le salga tan bien.

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