Las parejas se juntan o se casan, acumulan hijos, libros y deudas. O no, quizá sólo libros y amigos. Los libros tras el truene se reparten, muchos tienen nombre, algunos volúmenes indecisos se van a un juicio entre dos personas que dura unos minutos, en el comedor, y algo que sabe a derrota se queda en el pecho de quien lo gana.
Con los amigos es distinto. Ellos no se reparten. Unos se ponen de un lado o del otro, otros desaparecen. No hablo de los amigos de la infancia, me refiero a los que llegaron en la formación de la pareja y que estuvieron en el cumpleaños, en la carnita asada, en la sorpresiva visita que resultó muy feliz.
Me gustan los amigos que llegaron y se quedaron, que saben que por encima de las decisiones siguen viendo por separado lo que antes veían en ambos.
Amigos, esos amigos son muy especiales.
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