martes, 5 de mayo de 2015

Me gustaba Julieta

Me gustaba Julieta. No la voy a describir porque no soy escritor ni quiero hacer una novela, pero sobre todo porque la historia que voy a contar no tiene que ver con Julieta. Sino sólo con sus ojos.


Aclarado lo anterior, diré que Julieta y yo nos conocíamos de miradas. Al verla supe del acto brutal que es observar a alguien que te fascina y por quien, incluso, pagarías sólo por poder verla.


Cuando la conocí no sabía su nombre, así que le puse Julieta, provisionalmente, sólo por repetirme un nombre a la hora de ir a dormir, en ese momento en que la ciudad entera está bajo mis cobijas. Y para mi sorpresa resultó que en realidad se llamaba Julieta.


Diré también que la primera vez que cruzamos palabra salimos peleados. En ese tiempo trabajábamos en el mismo sitio, eso no lo he dicho, pero viene al caso porque nuestras miradas se cruzaban. Me gustaba pensar que a hurtadillas.


Un día chocamos, y accidentalmente la pisé. Ella dijo un Ay estúpido muy bajito, pero que le salió del alma, y yo le dije un Perdón fue sin querer. Entonces de su mirada salieron unos cuchillos que me quemaron el pecho, la cara y hasta el gusto de topármela. Está bien, no fue pelea. Pero nos distanciamos.


Nuestras miradas no se cruzaron por las siguientes dos semanas. Pero cuando mi mano se posó cerca de la suya en la puerta de vidrio, la olí, y nos miramos. No solamente nos miramos, sino además nos sonreímos.


Los ojos de Julieta sonríen. Es no lo he dicho, pero viene al caso porque son los ojos los que sobresalen por encima de la computadora desde su lugar. Y cuando sonríe, son sus ojos los que sonríen.


Su rutina es la siguiente: llega entre las 8:06 y las 8:11 de la mañana. Cruza hasta el baño en donde se tarda entre cinco y seis minutos. De regreso, mientras se arrellana en su silla, pasa la vista hacia en donde estoy yo. Esto sucede entre las 8:17 y 8:20


Entre las 10 y las 11 se levanta otra vez al baño y yo sostengo la respiración mientras siento cómo se me eriza el vello de la espalda. Esa es la parte más intensa del día. No lo he dicho, pero viene al caso porque sus ojos voltean como al descuido. Y a mí se me contrae el pecho.


A la hora de la comida cada quien se va por su lado, esto viene al caso porque yo procuro regresar antes para verla entrar. A veces tengo la suerte de encontrármela en la puerta de vidrio. Y olerla. No olerla olerla. Sino nada más olerla. Eso también me perturba.


Nos miramos unas cuatro o cinco veces por día. A las 6 en punto ella apaga la computadora, se levanta al baño con todo y bolsa, luego cruza hacia la puerta.


Sé que no la veré sino hasta el día siguiente.


Los ojos de Julieta le dan sentido a ciertas cosas.
Eso no lo he dicho, pero viene al caso.


Siento.


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