lunes, 17 de agosto de 2015

Chi mai sweet angel



A Iria Clarós


I.
Una mañana trémula esparce la tibieza de sus mejillas, se queda en la habitación para que la luz no entre.
Se alejan los pájaros, pero es el cielo el que se mueve. No sabe el cielo de este asombro intermitente, taciturno, que tiembla bajo su pecho.

II.
En lugar de aparecer en lunes, lo hiciste en diciembre, pero no fue la semana tan corta como beso, ni el llanto, ni la ausencia, ni la calma, no fue la mirada de casualidad que me envolvió a tu paso, tampoco la Palabra que hizo reunirme con tu abrazo dormido. Aparecí en tu sangre cuando estaba ya todo quieto, como una mano que se cierra, estaba ya todo quieto, como el cielo con su venda de noche; menos tu sangre.
Esa lenta anatomía.

El recuerdo en nuestras vidas es una estatua de bronce que está en ruinas, quemada.

III
Se entiende ¿no?
tu boca es elocuente

IV
Quiero decir lluvia, y que la lluvia caiga sobre ti. Quiero decir regina-de-todos-los-santos-esto-es-demasiado, y que al cielo se le caiga el cielo y me hunda más. Quiero decir he vuelto, eres la misma (te veo por primera vez, pero ya te conocía) y estallar en tu cara como un papalote.

Te debiste llamar Guadalupe.


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