miércoles, 26 de agosto de 2015

Francois Chaumont, el primer pintor de la Torre Eiffel

“El 12 de septiembre de 1995, Francois Chaumont, pintor de profesión con 25 años en el oficio, recibió por correo los resultados de su examen médico, con el sello de saludable, así como un documento de la Compañía de limpieza ‘La Mondiale’ constatando su inmunidad al vértigo. Su misión, junto a otras 117 personas, era pintar la Torre Eiffel con sus 316 metros de la base a la punta.

“Para el caso se necesitarían 18 mil 500 galones de pintura anaranjada, 234 overoles como los que usan los mecánicos de aviones, 150 pistolas de aire para pintura, 635 brochas, y un helicóptero.

“Monsieur Chaumont tuvo el dudoso privilegio de ser quien pintara el extremo de la Torre, colgado del helicóptero, y televisado en vivo a 35 países del mundo el día que concluyeron los trabajos, es decir, el domingo 21 de mayo de 1996 a la 1:30 de la tarde.

“Ese día, al tiempo que comenzaba la transmisión, un reportero explicaba los preparativos, mientras al fondo no podía distinguirse a Monsieur Chaumont porque estaba abrumado de técnicos que le ajustaban el traje y los tirantes, en un pequeño tumulto que le hormigueaba  todo el cuerpo en cada procedimiento de seguridad.

“Luego, todos se separaron de Chaumont y subió al helicóptero. Otra cámara captó la sonrisa del piloto de lentes oscuros que ascendía, con el pulgar derecho alzado, hasta perderse su rostro entre el viento que aplastaba  a los  técnicos en su ascenso vertical  junto a la Torre.

“Lo que Chaumont no imaginó fue que ésa sería la  primera y la última vez que volara en helicóptero.

“No fue el único en perder la vida: su madre, madame Loraine, que acababa de cumplir 78 años de edad, sufrió un infarto en su apartamento en Fontainblue, a 10 Kilómetros de ahí, sentada en su sofá frente al televisor.

“Bajo el helicóptero, el arnés que sujetaba el cinturón de Chaumont se abrió, y el pintor cayó al vacío al estar pintando los últimos dos metros de la Torre. Su madre se estremeció al verlo soltarse del helicóptero y caer, primero contra un travesaño, y seguir cayendo mutilado en tres, luego en cinco, luego en muchas partes, dejando salpicaduras rojas, y cayendo sólo la bolsa reventada de sus ropas, hecha una  piltrafa, contra el suelo.

“Se habló mucho del accidente, que pobre hombre y todo eso. Lo dijeron los diarios y se dijo en las platicas de café: fue lamentable, una tragedia. Sus 117 compañeros reunieron fondos con el fin de homenajearlo como  ´El Primer Pintor de la Torre Eiffel´”

—Ayer Chaumont cumplió tres meses de muerto, amigo –escucho decir a alguien a un lado mío en la barra, una voz que interrumpe mi lectura–.  Y en mi memoria ronda aún el fantasma del sabotaje”.
—No le sé decir, compadre, ­–le replico­–. Los pilotos no tenemos muy buena memoria.




Taller de recuerdos museo de  porvenires, febrero, 1995.

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