lunes, 2 de enero de 2017

Bailando sin salir de casa



Nunca podré escribir aceptablemente sobre música. Sucede que no conozco suficientemente el tema, segundo porque mis gustos están en un territorio muy delimitado. 

En primer lugar, fuera de algunas cuantas piezas clásicas, la música para mí es o para cantarse o para bailarse, ahí ya eliminamos el 90 por ciento de la música de este planeta.

Entre la música para cantar, me limito a la producida en su mayoría en el español de España en los años ochenta y noventa. Un apartado especial para el llamado Rock en Español. Ahí ya eliminamos otro porcentaje.

Entre la música para bailar tomo en cuenta sólo los ritmos latinoamericanos de raíz negra, es decir, una vertiente histórica que nace con los Wawancó (1955) y Los Corraleros del Majuagal (1962) y llega a Las Amazonas del Vallenato (2012), pasando obviamente por Lizandro Meza, Aniceto Molina, La Sonora Dinamita de Lucho Argaín, Celso Piña, El Gran Silencio, El Escuadrón M-19, Los Primeritos de Colombia, El Kombo Kolombia (qepd) y Los Kiombolokos, entre otros.

Otro dato inútil de los que tanto me gustan, pero muy exacto es que toda la música para bailar debe ser rítmica, y debe tener un tempo de entre 75 y 130 bpm (beats por minuto).

Así que música, música lo que es música para mí, me queda muy poca.


Eso sí, bailando uno se conecta con el universo. Creo que debo dedicar al menos unos minutos a esta actividad, y bueno, bailo solo, que no tiene nada de malo. Bailando sin salir de casa.

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