Por Laura Medellín para el grupo Reforma.
Laura lanza los puños con fuerza, esquiva algunos golpes y perfila un upper que pone en guardia a Guillermo, su contrincante en el ring.
Es una sesión de entrenamiento, pero esta chica menuda, bajita, que trae tatuado el calendario azteca en un hombro y lleva una delgadísima trenza que se prolonga desde su cabello corto y castaño hasta casi la cintura, no da tregua.
Aunque, de pronto, los guantes del rival se estrellan en sus pómulos, pues evita usar careta.
Con 22 años cumplidos y originaria de Madrid, de donde llegó a Monterrey hace tres años, es una de las pocas instructoras para chicos y grandes en el deporte de los puños, que en los últimos años ha acaparado también el interés del sexo femenino.
"A mi padre le surgió un empleo de ingeniería aquí. Mi mamá no sabía conducir y como le sería difícil trasladarse en un lugar que no conocía, no tuve problema en venir con ellos hasta que se adaptaran, pero me quedé", suelta sonriente, con el seseo característico de los españoles.
La charla transcurre antes de que suba al cuadrilátero, mientras los alumnos realizan sus ejercicios de calentamiento con otro coach, frente a muros de espejos.
En Madrid, Laura Sanz se dedicaba a la peluquería. Aquí es una de las cuatro mujeres entre el equipo de 40 instructores de la cadena en que labora, y desde pequeña practicó algo de box, gimnasia deportiva y futbol, en la posición de defensa.
"A mí los deportes de contacto físico me han gustado siempre. Para mí han sido, más que un juego, un estilo de vida. Me crié con niños y las pocas niñas que había en mi barrio no me caían bien", comparte esta chica de piel blanca, brazos marcados y sonrisa constante.
"En la escuela competí en atletismo, en relevos, corta distancia, porque tengo más potencia que resistencia. Siempre destaqué y me ponían en el nivel de los niños, no sé por qué", juguetea palmeándose los bíceps.
Aunque sería en Monterrey cuando el box se transformó en su pasión. En un principio lo practicó para bajar de peso, pues el cambio de alimentación y una vida sedentaria -ya que casi no salía, ni conocía a nadie- le hicieron ganar unos kilos.
"Tenía cerca la academia de box y me empezó a gustar mucho. Se me daba bien y fui entrenando más, primero en las tardes después de un curso que tomaba en La Huasteca como instructora de escalada, de 8 a 3, y ya que lo terminé, de mañana y tarde.
"Llegué a cuatro horas diarias de entrenamiento, lo que hace un profesional", ríe divertida y sus ojos almendrados se entrecierran.
En ocasiones permanecía más tiempo que el mismo entrenador, y por su habilidad y desempeño le ofrecieron trabajo.
"Cuando me plantearon ser coach les pedí que me dieran una capacitación, porque una cosa es que se te dé bien practicar un deporte y otra es enseñarlo; ahí debes tener otras cualidades aparte de buen físico, es más de cabeza", dice dirigiendo su dedo índice a la sien.
El coach Pablo, director deportivo de esta cadena de academias de acondicionamiento físico para box, y quien prefiere omitir sus apellidos por cuestiones de seguridad, destaca el liderazgo y la disciplina de Laura, a la hora de las prácticas.
"Su ejemplo ha hecho que las mujeres se den cuenta que sí se puede triunfar en un deporte que antes era exclusivo de hombres, y algunos de ellos olvidan sus ideas machistas cuando empiezan a elevar su rendimiento bajo su guía".
Además, menciona, Laura ganó dos torneos internos a nivel nacional, con jueces de la Comisión de Box, en el 2008 y 2009.
"Es una competencia amateur entre los elementos más combativos en el País, y ella demostró su arrojo y potencia... Cero miedo y plena obediencia a las indicaciones, a la estrategia de la pelea, aunque a veces por ser tan osada descuidaba el contraataque.
"Es una mujer de retos y sigue especializándose como entrenadora, porque aquí tenemos una cuadrilla de boxeadores profesionales y competencias para campeón de barrio, y en ocasiones sube con ellos al cuadrilátero".
A Laura le divierte recordar las veces en que los chavos fortachones llegan a la academia a solicitar informes y al saber que ella será su entrenadora apenas aguantan la risa.
"Pero a mí ésos son los que más me gustan. Me encanta que me subestimen... ¡Súbete al ring y ahora me lo cuentas!, y en lo que me dan una yo les he pegado 10, porque soy chiquita y rápida. Algunos no vuelven, se les daña el orgullo. Otros se quedan y aprenden... Muchas veces he tenido que callar bocas".
Sus alumnos aseguran que es dura cuando se requiere, sobre todo cuando está sobre el ring con jóvenes o adultos que la superan por mucho en físico y edad, e igual puede ser jovial y cariñosa con los chiquillos que empiezan a practicar.
En clase se escucha su voz a todo pulmón dando indicaciones. De hecho, reconoce que es muy gritona, terca y, en ocasiones, mal hablada.
Su energía es desbordante, con uno y otro grupo se le ve realizando decenas de lagartijas o sentadillas como si acabara de comenzar.
"A mí me hace mucha ilusión ver cómo esos típicos niños de maquinitas, que vienen obligados por la mamá, le van hallando el gusto al box, y también a las señoras todas contentas porque su hijo está bajando de peso.
"Son cosas que te motivan un montón, y depende la edad y el nivel de preparación de los alumnos, son distintas las exigencias, la enseñanza, porque pegar todo mundo puede, pero con una técnica, es diferente".
Sin ir más lejos, platica que hace días un hombre la agredió en la calle y de unos puñetazos se lo quitó de encima.
"Era de noche. Iba cargando unas bolsas y se me cruza uno que me empezó a jalar y a gritarme cosas bien feas.
"Abajo del ring jamás le había pegado a nadie, pero gracias a Dios reaccioné, dejé las bolsas en el suelo, por si lo que quería era robarme, pero me seguía jaloneando y le metí unos puñetazos que lo he dejado tirado. Corrí, me subí al carro todavía con miedo y me fui tan rápido como pude".
Guillermo Ramírez, uno de los instructores, señala que aquí no es común tener de compañera a una mujer, como lo sería en Estados Unidos o Canadá y, por ello, le parece que Laura ha sabido destacar en un campo poco accesible al sexo femenino.
"Tiene cualidades físicas, carisma para tratar a la gente y buena técnica de box. Es ruda, pero a la vez femenina, lo que le facilita interactuar con niños, mujeres y hombres de todas edades, con un programa adaptado a cada quien", comenta al término de una sesión, en tanto Laura carga a un pequeño de unos 6 años sobre su hombro y gira con él entre risas.
Luego ella cuenta que tiene pensado combinar su labor de coach con algunos cursos de estilismo porque no quiere dejar la peluquería, y de vez en cuando seguirá organizando grupos para escalar.
"Tengo mi lado rudo, pero soy una niña. Hago unos cortes de pelo bien chulos, originales. Yo misma me corto el pelo", presume sacudiendo la cabeza.
A Raquel Sánchez, su mamá, le encanta que Laura sea entrenadora de box, porque desde pequeña se inclinó con éxito a deportes no muy populares entre las niñas.
"Todo el contacto con el deporte es muy bueno, no debe estar limitado por cuestión de sexos, y me han dicho que mi hija es persistente, que tiene cierta predilección por enseñar a los jovencitos, pero no se amedrenta con los grandes. Se ha integrado perfectamente a esta Ciudad y yo la veo muy contenta".
En el gimnasio tampoco falta quien intenta ligar con ella, pero marca su distancia. "El trabajo es el trabajo. Además, ya tengo novio, y es chef". Se llama Rodrigo de León, y aún se le hace difícil asimilar que la mujer dulce y cariñosa, y a veces olvidadiza y despistada, con la que comparte su vida, sea la misma que luce implacable y explosiva en el ring. "Se ha ganado el respeto de sus alumnos, es buena para enseñar y ya afuera es alegre, amiguera y extrovertida". Laura ha pensado en permanecer en Monterrey. Aunque detesta la falta de cultura vial, está enamorada de sus magníficas montañas y, aquí, dice, encontró en Rodrigo a su otra mitad: "Él me alimenta y yo le protejo".
Laura lanza los puños con fuerza, esquiva algunos golpes y perfila un upper que pone en guardia a Guillermo, su contrincante en el ring.
Es una sesión de entrenamiento, pero esta chica menuda, bajita, que trae tatuado el calendario azteca en un hombro y lleva una delgadísima trenza que se prolonga desde su cabello corto y castaño hasta casi la cintura, no da tregua.
Aunque, de pronto, los guantes del rival se estrellan en sus pómulos, pues evita usar careta.
Con 22 años cumplidos y originaria de Madrid, de donde llegó a Monterrey hace tres años, es una de las pocas instructoras para chicos y grandes en el deporte de los puños, que en los últimos años ha acaparado también el interés del sexo femenino.
"A mi padre le surgió un empleo de ingeniería aquí. Mi mamá no sabía conducir y como le sería difícil trasladarse en un lugar que no conocía, no tuve problema en venir con ellos hasta que se adaptaran, pero me quedé", suelta sonriente, con el seseo característico de los españoles.
La charla transcurre antes de que suba al cuadrilátero, mientras los alumnos realizan sus ejercicios de calentamiento con otro coach, frente a muros de espejos.
En Madrid, Laura Sanz se dedicaba a la peluquería. Aquí es una de las cuatro mujeres entre el equipo de 40 instructores de la cadena en que labora, y desde pequeña practicó algo de box, gimnasia deportiva y futbol, en la posición de defensa.
"A mí los deportes de contacto físico me han gustado siempre. Para mí han sido, más que un juego, un estilo de vida. Me crié con niños y las pocas niñas que había en mi barrio no me caían bien", comparte esta chica de piel blanca, brazos marcados y sonrisa constante.
"En la escuela competí en atletismo, en relevos, corta distancia, porque tengo más potencia que resistencia. Siempre destaqué y me ponían en el nivel de los niños, no sé por qué", juguetea palmeándose los bíceps.
Aunque sería en Monterrey cuando el box se transformó en su pasión. En un principio lo practicó para bajar de peso, pues el cambio de alimentación y una vida sedentaria -ya que casi no salía, ni conocía a nadie- le hicieron ganar unos kilos.
"Tenía cerca la academia de box y me empezó a gustar mucho. Se me daba bien y fui entrenando más, primero en las tardes después de un curso que tomaba en La Huasteca como instructora de escalada, de 8 a 3, y ya que lo terminé, de mañana y tarde.
"Llegué a cuatro horas diarias de entrenamiento, lo que hace un profesional", ríe divertida y sus ojos almendrados se entrecierran.
En ocasiones permanecía más tiempo que el mismo entrenador, y por su habilidad y desempeño le ofrecieron trabajo.
"Cuando me plantearon ser coach les pedí que me dieran una capacitación, porque una cosa es que se te dé bien practicar un deporte y otra es enseñarlo; ahí debes tener otras cualidades aparte de buen físico, es más de cabeza", dice dirigiendo su dedo índice a la sien.
El coach Pablo, director deportivo de esta cadena de academias de acondicionamiento físico para box, y quien prefiere omitir sus apellidos por cuestiones de seguridad, destaca el liderazgo y la disciplina de Laura, a la hora de las prácticas.
"Su ejemplo ha hecho que las mujeres se den cuenta que sí se puede triunfar en un deporte que antes era exclusivo de hombres, y algunos de ellos olvidan sus ideas machistas cuando empiezan a elevar su rendimiento bajo su guía".
Además, menciona, Laura ganó dos torneos internos a nivel nacional, con jueces de la Comisión de Box, en el 2008 y 2009.
"Es una competencia amateur entre los elementos más combativos en el País, y ella demostró su arrojo y potencia... Cero miedo y plena obediencia a las indicaciones, a la estrategia de la pelea, aunque a veces por ser tan osada descuidaba el contraataque.
"Es una mujer de retos y sigue especializándose como entrenadora, porque aquí tenemos una cuadrilla de boxeadores profesionales y competencias para campeón de barrio, y en ocasiones sube con ellos al cuadrilátero".
A Laura le divierte recordar las veces en que los chavos fortachones llegan a la academia a solicitar informes y al saber que ella será su entrenadora apenas aguantan la risa.
"Pero a mí ésos son los que más me gustan. Me encanta que me subestimen... ¡Súbete al ring y ahora me lo cuentas!, y en lo que me dan una yo les he pegado 10, porque soy chiquita y rápida. Algunos no vuelven, se les daña el orgullo. Otros se quedan y aprenden... Muchas veces he tenido que callar bocas".
Sus alumnos aseguran que es dura cuando se requiere, sobre todo cuando está sobre el ring con jóvenes o adultos que la superan por mucho en físico y edad, e igual puede ser jovial y cariñosa con los chiquillos que empiezan a practicar.
En clase se escucha su voz a todo pulmón dando indicaciones. De hecho, reconoce que es muy gritona, terca y, en ocasiones, mal hablada.
Su energía es desbordante, con uno y otro grupo se le ve realizando decenas de lagartijas o sentadillas como si acabara de comenzar.
"A mí me hace mucha ilusión ver cómo esos típicos niños de maquinitas, que vienen obligados por la mamá, le van hallando el gusto al box, y también a las señoras todas contentas porque su hijo está bajando de peso.
"Son cosas que te motivan un montón, y depende la edad y el nivel de preparación de los alumnos, son distintas las exigencias, la enseñanza, porque pegar todo mundo puede, pero con una técnica, es diferente".
Sin ir más lejos, platica que hace días un hombre la agredió en la calle y de unos puñetazos se lo quitó de encima.
"Era de noche. Iba cargando unas bolsas y se me cruza uno que me empezó a jalar y a gritarme cosas bien feas.
"Abajo del ring jamás le había pegado a nadie, pero gracias a Dios reaccioné, dejé las bolsas en el suelo, por si lo que quería era robarme, pero me seguía jaloneando y le metí unos puñetazos que lo he dejado tirado. Corrí, me subí al carro todavía con miedo y me fui tan rápido como pude".
Guillermo Ramírez, uno de los instructores, señala que aquí no es común tener de compañera a una mujer, como lo sería en Estados Unidos o Canadá y, por ello, le parece que Laura ha sabido destacar en un campo poco accesible al sexo femenino.
"Tiene cualidades físicas, carisma para tratar a la gente y buena técnica de box. Es ruda, pero a la vez femenina, lo que le facilita interactuar con niños, mujeres y hombres de todas edades, con un programa adaptado a cada quien", comenta al término de una sesión, en tanto Laura carga a un pequeño de unos 6 años sobre su hombro y gira con él entre risas.
Luego ella cuenta que tiene pensado combinar su labor de coach con algunos cursos de estilismo porque no quiere dejar la peluquería, y de vez en cuando seguirá organizando grupos para escalar.
"Tengo mi lado rudo, pero soy una niña. Hago unos cortes de pelo bien chulos, originales. Yo misma me corto el pelo", presume sacudiendo la cabeza.
A Raquel Sánchez, su mamá, le encanta que Laura sea entrenadora de box, porque desde pequeña se inclinó con éxito a deportes no muy populares entre las niñas.
"Todo el contacto con el deporte es muy bueno, no debe estar limitado por cuestión de sexos, y me han dicho que mi hija es persistente, que tiene cierta predilección por enseñar a los jovencitos, pero no se amedrenta con los grandes. Se ha integrado perfectamente a esta Ciudad y yo la veo muy contenta".
En el gimnasio tampoco falta quien intenta ligar con ella, pero marca su distancia. "El trabajo es el trabajo. Además, ya tengo novio, y es chef". Se llama Rodrigo de León, y aún se le hace difícil asimilar que la mujer dulce y cariñosa, y a veces olvidadiza y despistada, con la que comparte su vida, sea la misma que luce implacable y explosiva en el ring. "Se ha ganado el respeto de sus alumnos, es buena para enseñar y ya afuera es alegre, amiguera y extrovertida". Laura ha pensado en permanecer en Monterrey. Aunque detesta la falta de cultura vial, está enamorada de sus magníficas montañas y, aquí, dice, encontró en Rodrigo a su otra mitad: "Él me alimenta y yo le protejo".
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