viernes, 18 de diciembre de 2009

El sexo en la lengua

Dos temas me gustan mucho, el del género y el de la lingüistica. Cuando se cruzan surgen cosas interesantes.
Del asunto del género me interesan esas diferencias entre hombres y mujeres, que muchos piensan que son naturales, ya dadas, pero que yo creo que son inculcadas por nuestra cultura. ¿De qué hablan hombres y mujeres?¿hablamos de lo mismo?¿abordamos igual los mismos temas?
Vivo en Monterrey, México. Considero que mi país es bastante conservador, pero dentro de las ciudades más conservadoras está Monterrey. Mi ciudad es rígida con los roles de género, con los compartamientos, incluso con lo que se espera de cada grupo social, a diferencia de otras ciudades.
Confieso que no conozco muchas otras partes del país ni del mundo. Alguna vez estuve en Barcelona, una ciudad ordenada donde las mujeres prácticamente no usan maquillaje. En otra ocasión visité Berlín, donde claramente el temperamento es muy otro y el carácter de la ciudad tiene otra respiración, entre antigua y memoriosa.
En otros momentos de mi vida he podido convivir con parejas originarias de Uruguay, Argentina y España, y de ellas, celosas de su cultura, he aprendido esas pequeñas grandes diferencias, tanto de los hábitos, gastronomía, pero especialmente de su habla. Por esto digo que en Monterrey somos rígidos, conservadores, y excluyentes con el otro, con el distinto.
Alérgicos a la otredad. Aún pensamos que buena parte de los males nos viene de fuera, porque lo de aquí, lo característico de aquí, nos decimos, lo nuestro, son tres cosas: el trabajo, el trabajo y el consumo como condición de felicidad.
En el Distrito Federal, tan padecientes de la contaminación y la inseguridad, no cargan con el designio de las relaciones humanas metalizadas. En el DF, en donde me tocó vivir por unos dos años y donde fui el hombre más feliz de mi vida, se vive una atmósfera realmente cosmopolita, con relaciones bastante horizontales frente al poder y con una riqueza de culturas apenas comparable muy de lejos, quizá, con Tijuana. Es estas dos ciudades, a mi juicio, tienen relativo poco valor aspectos que en Monterrey son difíciles de ignorar, tales como el nivel socioeconómico, la estirpe familiar (el apellido, pues) y la imagen que el individuo proyecta (acorde con los dos anteriores, se espera). En Monterrey las relaciones humanas en su mayoría pasan antes por las relaciones comerciales, laborales, utilitarias en más de un sentido. En otras palabras la gente no se conoce porque sí, porque se encontró en la calle, por ejemplo y se puso a platicar. Antes hay que asociar al nuevo conocido(a) con alguien o con algo satisfactorio (amistades del trabajo, amistades a partir de los clientes, etc.).
Pero tengo sangre regia, y de algunas cosas, aunque las critique, difícilmente me puedo sustraer. Por ejemplo el asunto del trabajo. Pienso que somos muy trabajadores (aunque sea la ciudad en donde más se violan las garantías laborales y los grupos de poder se jacten de que hace mucho años no estalle una huelga). Pienso que Monterrey tiene uno de los niveles de vida más altos de Latinoamérica, y que ya quisiéramos pagar tres pesos por un boleto a la red del metro que cuenta con 175 estaciones, y no 4.50 por un tren ligero con apenas 30 estaciones que no llegan a todos los estratos geoeconómicos. Pienso que si es cierto eso de que por cada peso que el estado aporta a la Federación se nos regresan 23 centavos, eso es inequitativo y nos da a pie a creer y creernos varias cosas.
En fin. Pero el asunto era otro. Decía que con quien esté y a donde vaya me fijo en los temas que abordan y especialmente cómo los tocan. Creo que tienen igual importancia lo que dicen como aquello que no dicen, o que sólo expresan de manera eufemística. En Monterrey somos campeones del eufemismo.
Monterrey. No puedo generalizar sobre todo el país, pero la gente con la que convivo aquí, digamos mis conocidos y amigos sí noto diferencias en su hablar.
Las mujeres son más dadas a hablar, al menos cuando están en confianza, entre amigos, que es lo que a mí más me interesa, sobre la familia y amistades. Son una especie de visitadoras de la calidad de los vínculos. También son bastante más empáticas que los hombres en el sentido de que es muy fácil que se pongan en el lugar del otro, de manera a veces generosa, a veces simplemente respetuosa. Pocas mujeres abordan temas públicos como la política, la economía, los medios de comunicación. El trabajo es para muchas una especie de estación en la que permanecen, cumplen, son eficientes, transgreden muy poco o nada, pero que al fin y al cabo la vida está más bien en otro lado, junto a los suyos. Incluso me ha tocado cuando nos hemos encontrado aquí en esta cantina, rara vez hablan del trabajo. Es como si el asunto laboral fuera una especie de mal necesario que es preciso cumplir para poder disfrutar de la vida en otros sentidos.
Por el contrario, muchos de los hombres con los que convivo jamás hablan de su vida ni su familia. Para ellos los asuntos públicos, incluyendo su trabajo, son lo más importante, al menos es de lo que más hablan. De algunos es imposible saber si acaban de tener un hijo o son divorciados o casados. Vamos, eso no es para ventilarlo, pero en grupo pequeños tampoco lo mencionan.
Mi conclusión es que ambos aspectos son importantes para mí. Creo que las personas con quien mejor platico, que más disfruto, son aquellas, mujeres y hombres, capaces de hablar, aquí en corto, tanto de lo doméstico como de lo público. Me agrada mucho platicar con personas que tienen opiniones acerca de ambos ámbitos, no sólo de uno.
Son pocas las personas así. En términos generales son hombres con un lado sensible muy desarrollado, y mujeres con un aspecto emprendedor, anticonformista dignas de imitar.
Las mayoría de las mujeres, ya en confianza, no quieren o no les interesa hablar de los detalles de su trabajo (triste porque se les puede aprender mucho), de los pormenores, es como si la chamba sólo exisitiera en la chamba. A los hombres no les interesa hablar de que su novia los acaba de cortar y andan que se los lleva la chingada. Ni de que se sienten deprimidos ni tampoco que están contentos por un regalo que recibió de tal persona. No es gratuito que uno de los diálogos-saludos más soccoridos en Monterrey es: "Qué onda quihabido", y el otro le contesta: "Nada nada puro jale compa're, puro jale".

Somos cuantitativos, todo lo que se pueda expresar en cantidades, en cifras, lo podemos entener mejor y nos es más fácil de manejar. En pocas palabras a muchos les importa el qué y el cuánto. Y dicho con pocas palabras. En cambio a las mujeres les llama más la atención el cómo y el por qué.
Yo me inclino por un equilibrio. Tan importante es hablar de lo que les pasa a mis hijos, o lo feliz que me siento con mi mujer, como el hecho de no encontrar trabajo o las a veces delirantes declaraciones de algunos políticos.
¿Conocen gente que se mueva en sendos ámbitos? Yo sí, pero quiero conocer más.

2 comentarios:

  1. Los regios son personas sumamente individualistas, que construyen su mundo bajo una esfera que aparenta compañerismo y calidez ... algo muy lejos de la realidad. Eso de que son muy directos es un mito muy viejo que nada tiene que ver con su verdadera personalidad. Cuando quieren decir algo le dan vueltas y vueltas al asunto, y luego sin que te des cuenta te ensartan la espada ... Aunque por otro lado debo reconocer que hay algunos regios que detrás de su caparazón pueden llegar a ser buenas personas.

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  2. Estoy completamente de acuerdo con esa opinión. Aun y cuando ese individualismo tenga aspectos "positivos", como el apego casi religioso al esfuerzo personal como vía del progreso (económico, por supuesto ¿conocemos o nos importa algún otro?).

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