miércoles, 25 de febrero de 2015

Celso Piña y Los Ángeles Azules


Este texto nace de mi incomodidad de que una persona que conozco haya comparado la música de Los Ángeles Azules con Celso Piña.

Cierto es que a quien le gusta uno u otro, o ninguno, no va a cambiar en nada su filiación, pues los gustos no están en la cabeza, sino en los prejuicios del corazón, en la respiración de la piel o en el vacío de los recuerdos agradables que no florecieron.

Celso y otros grupos populares comenzaron a escucharse en Monterrey en la década de los ochenta, su raíz creció con los discos de Lizandro Meza, Aniceto Molina, Los Coraleros del Majaual, entre varios otros, que se escuchaba en las calles de Monterrey desde las décadas de los cincuenta y sesenta.

Muchos de los paseos, cumbias, puyas y vallenatos le cantan al dolor, a la tristeza y a la melancolía, otros hablan de amores tristes, o de fiestas. Los barrios de la Independencia y más tarde otras colonias de obreros, de trabajadores de bajos recursos económicos y sectores marginados fueron campos fértiles para que se adoptaran no sólo estos ritmos, sino también una forma de bailar muy peculiar.

Ahora bien, creo que cualquier grupo que vende discos y se populariza, en alguna medida se convierte en un producto comercial. Pasó con la forma en que cambió el sonido de El Gran Silencio después de aparecer en MTV en el 96. Celso hizo duetos. Pero su raíz de mantiene.

Veo a Los Ángeles Azules acompañados de la Sinfónica y, aunque provengan de Iztapalapa y sean barrio, algo me dice que son más un producto que una tradición, más un grupo para vender que representantes de una historia musical de una zona conurbada.

Cuando Celso se vista de un traje dorado, acepte tocar una lista de canciones en un concierto y deje de componer, ese día pensaré que me están vendiendo algo prefabricado. Y con eso no voy.


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