domingo, 15 de febrero de 2015

Palabras para que las usen otros

Me gusta el que soy cuando escribo. Mejor dicho, cuando lo que escribo me deja más o menos satisfecho, que no es siempre.

Curiosamente, creo que los proyectos que me gustan a mí, me gustan más a mí que a cualquiera, en cambio lo que menos me gusta escribir, puede recibir críticas muy buenas.

Seré más preciso. En esta semana me sucedieron dos cosas muy poco probables.

Primero me pidieron que elaborara un discurso para una institución. Me lo pidió la persona que lo pensaba leer, dentro de una ceremonia. Dejó el mensaje con su secretaria de que me andaba buscando, y cuando casualmente caí por esa oficina (ofreciendo mi libro), ella me dijo que su jefe me buscaba. Lo que me llamó la atención fue la naturalidad con la que el solicitante dio por sentado que yo podría escribir ese texto con las características que buscaba (y que me detalló). No acostumbro publicar en el periódico en el que trabajo.

El otro episodio fue más relajado. Me encontré con un conocido que tenía meses sin ver. Como es de los que, además de hablar le gusta escuchar con atención, nuestra charla banquetera duró más de lo debido.

Del asunto del trabajo pasamos al del 14 de febrero (por la mercadotecnia) y al de mi libro (también le vendí un libro mío). Le sugerí que le escribiera una tarjeta a la muchacha con la que salía y con la que según pude notar, las cosas no avanzaban como al le gustarían. Me salió de algún lado proponerle que le escribiera un acróstico (sí, como en la secundaria). Le expliqué en qué consistía. Claro, yo se lo haría.

Por cuestión de trabajo y del taller que doy los sábados, olvidé lo del acróstico. Me marcó el sábado a mediodía y no me dio tiempo de escribir y de imprimir. Me interceptó en un crucero camino a mi casa. Le dije que aún tenía que imprimir el texto. Ahí fue cuando el pedido tuvo un giro:

     —¿Te dije que su nombre empieza con "b" y no con "v"?, –me preguntó.
     —No, –ahí me di cuenta de que podía ganar un poco de tiempo– en ese caso tendría que cambiarlo para que cuadre, contesté.

Pero el hecho es que no tenía nada. Cuando me abordó llevaba un papel y una pluma anotando algunas palabras y llevaba un par de líneas (muy ñoñas, ñoñísímas).

Llegamos a un café internet, escribí lo primero que se me vino a la mente, lo imprimí y fui y se lo leí, en la ventana de su coche (se había quedado fumando).

     —Estás cabrón, me dijo, y sonrió.

Me pagó el libro, se llevó también el acróstico, nos dimos un apretón y se fue.

Sí me gusta el que soy cuando escribo, pero esto, lo que se dice escribir, escribir, no es. Si acaso serán palabras para que las usen otros. ¿Será lo mismo con la poesía?
No sé.
Algo me dice que no es lo mismo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Te agradezco el tiempo que te tomas para dejar un comentario. Mi correo es yadivia@hotmail.com